TRANSFORMANDO LA VERDAD: LA APOLOGÉTICA EN UN MUNDO POSMODERNO

Por William Edgar

Reforma Siglo XXI, Vol. 11, No. 1

Fue algo instructivo, o tal vez angustiante, leer algunos periódicos universitarios justo después del 11 de Setiembre de 2001. A menudo los estudiantes estaban impactados por la crueldad indescriptible de los actos terroristas y no tenían problemas en llamarlos «maldades.» Sin embargo, algunos profesores tenían un enfoque diferente. Su retórica era «¡No nos han escuchado!» En los vigorosos intercambios que inundaron las páginas de estas publicaciones algunos cuestionaron si era correcto llamar a algo bueno o malo o correcto e incorrecto. La súplica lastimera era «Esto no tiene que ver con absolutos, ¡tiene que ver con perspectiva y poder!»

Vamos a asumir que hay algo de verdad en la afirmación de que somos una cultura posmoderna. La afirmación central negativa de los posmodernistas es que necesitamos «sospechar de las metanarrativas.» Esta forma poco usual de poner las cosas simplemente significa que no se debe confiar en todos los registros globales de la realidad o los grandes sistemas de ética. Tales registros y sistemas son parte (por ejemplo) del Cristianismo y el Marxismo, pero inevitablemente, afirman los posmodernistas, conducen a la violencia y la coerción. De este modo el posmodernismo sustituye al modernismo que buscaba fundamentar la vida humana en las metanarrativas humanamente construidas —y que fracasaron bajo sus propias expectativas poco realistas.

Esta afirmación posmodernista está siendo proclamada en muchas dependencias. En el nivel universitario se reduce a esto. El conocimiento no tiene que ver con la verdad sino con el poder. Michel Foucault, el fascinante y exasperante historiador social francés, ha detallado el desarrollo de cómo la búsqueda del poder ha conducido al desarrollo del conocimiento en muchas áreas. Por ejemplo, él cree que la higiene moderna no sólo es algo bueno por lo que debemos estar agradecidos. También debemos ser precavidos con respecto a ella porque implica darle un control sin precedentes a los padres sobre los hijos y a los doctores sobre los pacientes menos educados.

¿Qué afirmaciones positivas hacen los posmodernistas? Ellos dicen que debemos ver que no necesitamos ningún gran esquema filosófico para poder hacer algo bueno. Por ejemplo, la investigadora ética Edith Wyshogrod quiere que abandonemos la teoría moral y que simplemente actuemos como «santos posmodernos» quienes simplemente sienten un «deseo excesivo» de tratar de aliviar los sufrimientos de los demás. El equivalente callejero de este punto de vista se encuentra en el modelo terapéutico de las relaciones humanas. «No me ofendas; y sé sensible al trasfondo de donde provengo.» También se encuentra en la filosofía de Bob Pittman, el presidente fundador de MTV, quien dice que la mejor programación es la «no-narrativa» y hace que te sientas de cierta manera en lugar de darte algún conocimiento objetivo. Desde esta perspectiva, los estilos y las identidades llevan a convertirse en vestidos que hay que probarse. Si nos quedan, hay que tenerlos —seguir con ellos, y si no, hay que deshacerse de ellos—.

¿Cómo le llevamos el mensaje de Jesucristo a esta cultura? ¡No es fácil! Pues nuestra creencia en la verdad objetiva y en morales absolutos se encuentra constantemente con la acusación de terrorismo—la acusación de que sólo estamos imponiendo nuestra perspectiva sobre las demás personas.

Por desgracia, a veces esa acusación tiene fundamentos para ser creíble. Por ejemplo, William Meade, Obispo Episcopal de Virginia antes de la Guerra Civil, les decía a los esclavos que incluso cuando no se merecieran las golpizas que recibían éstas les servían para darle gloria a Dios y para prepararles para la vida venidera. Su «metanarrativa» —es decir, su manera de justificar tal tratamiento tan injusto— era peor que la de los consejeros de Job. Hoy, algunos fundamentalistas de derecha esperan una especie de teocracia cristiana donde los no creyentes serán ciudadanos de segunda clase. Esta es una razón por la cual tanta gente le teme a los «fundamentalistas», aún si apenas saben lo que significa la palabra. 

No obstante, generalmente esta acusación, de que nuestra creencia en la verdad objetiva y en los absolutos morales es terrorista, es injusta. La fe cristiana no tiene que ver con la teocracia y la coerción, tiene que ver con lo que realmente es verdadero y bueno. ¿Pero cómo nos dirigimos a aquellos que confunden la búsqueda del poder con la búsqueda de la verdad? 

Como nuestro primer paso, no podemos más que seguir al Apóstol Pablo. Él tenía un talento dado por Dios para descubrir la contradicción fatal en la incredulidad. Sin embargo, cada vez que hizo esto, no solamente dejó al descubierto las inconsistencias lógicas de la incredulidad; también puso de relieve la verdadera conciencia de la revelación de Dios que se encontraba en la cultura de los no creyentes. Por ejemplo, en Atenas citó a los poetas favoritos de los atenienses, para así demostrar que sus ídolos eran inadecuados y también para mostrarles que sabían la verdad, aún cuando la negaban (c.f. Hch. 17:28). Del mismo modo, podemos encontrar una gran cantidad de evidencia en el posmodernismo a favor de la creencia en la verdad y el significado últimos, a pesar de sus afirmaciones. Después de todo, la calcomanía posmoderna para el parachoques del auto que dice «Practica actos casuales de bondad, actos inconscientes que promuevan la belleza» no alienta los actos casuales de crueldad o monstruosidad. La visión de Wyshogrod es la aliviar el sufrimiento, no de aumentarlo. A pesar de toda la charla sobre el «sentimiento» en lugar del «conocimiento» en el mundo de MTV, sólo se aceptan ciertos sentimientos. Los gurús que aconsejan a los adolescentes en esos canales son profusamente moralistas. Sus recomendaciones son más bien arbitrarias. De modo que, ¿de dónde provienen estos instintos de bondad, belleza, compasión y moralidad?

La Escritura nos dice que provienen del sentido de deidad que todos los seres humanos poseen, no importa cuánto traten algunos de suprimirlo (c.f. Ro. 1:19-21). Si insiste en que debo ser sensible e inofensivo, entonces debe jugar por sus propias normas y escuchar la voz de Dios en su interior (c.f. Ro. 2:1-4, 14-16). Esta estrategia apologética no es simplemente una «trampita» o táctica astuta para desmantelar la cosmovisión de un oponente. Más bien, apela a las conciencias de aquellos que están tratando de vivir en el mundo prefabricado e inconsistente de la terapia posmoderna. Reconoce la insistente realidad de la revelación divina. 

El segundo paso puede ser más difícil. Es presentar el evangelio de manera persuasiva y no coercitiva (c.f. 2 Co. 5:11-21). Este es el evangelio global de la transformación (c.f. 2 Co. 3:17-18). Debido a que Jesucristo expió la culpa, el dolor y la miseria de la condición humana, cuando nos volvemos a Él con arrepentimiento y fe admitimos la falta de esperanza de tantas afirmaciones posmodernas. Es importante reconocer que el conocimiento puede estar relacionado con el poder. Pero tomada de forma aislada esa afirmación es reduccionista. El conocimiento también tiene que ver con la verdad. De hecho, si los posmodernistas están en lo correcto al decir que el conocimiento tiene que ver con el poder, entonces ellos mismos han descubierto una verdad. El apologista cristiano señala la necesidad de centrar el conocimiento en la verdad y la gloria de Dios en lugar de centrarlo en el poder humano. Reconocemos que nuestra única esperanza se encuentra en la debilidad y en la «locura» de la sabiduría de Dios que señala la mentira de las pretensiones arrogantes del mundo (c.f. 1 Co. 1:21-25). Creer en Cristo es abandonar el cinismo, el escepticismo y la desesperación posmoderna y comenzar una vez más, no con la casualidad o la sensibilidad, sino con la Roca—Cristo crucificado y resucitado. 

Creer en Cristo también significa abandonar el modernismo. La fe absoluta del modernismo en la razón humana no es más amistosa con el evangelio que el rechazo posmodernista de la razón. La revelación divina no es una metanarrativa cruel y fría sino una verdad cálida y suficiente, una verdad por la cual podemos vivir, una verdad en la que podemos confiar; es una verdad transformadora (c.f. 2 P. 1:2-4).

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