TEMAS CONTEMPORÁNEOS: LA VIRTUD DE CUESTIONAR A LA ‘CIENCIA’

Por James Wanliss

Reforma Siglo XXI, Vol. 15, No. 1

Un nuevo estudio sociológico realizado por Gordon Gauchat afirma que ha habido, en las pasadas cuatro décadas, un dramático descenso de la fe en la ciencia por parte de quienes asisten a la iglesia. El estudio publicado la semana pasada en la revista American Sociological Review, muestra que “la confianza pública en la ciencia no ha disminuido desde los 1970s excepto entre los conservadores y aquellos que asisten frecuentemente a la iglesia.”

Sin duda los pastafarianos del mundo (para aquellos que no saben, esos son miembros de la Iglesia del Monstruo de Spaghetti Volador —fundada como una burla que señala a la religión como irracional—) se reirán con regocijo ante este momento del tipo “te-lo-dije.” El estudio pretende ser una confirmación del dicho popular de que los cristianos se hallan sesgados por su religión a oponerse a la ciencia. Independientemente de si el trabajo de Gauchat tiene credibilidad desde una perspectiva puramente empírica (siendo los estudios sociológicos notoriamente “blandos”), sí ofrece una oportunidad para el aprendizaje.

Como miembro de la comunidad científica, y cristiano conservador, quizás puedo añadir algo de entendimiento sobre por qué aquellos que asisten a la iglesia podrían tener mucho menos confianza en la “ciencia” que hace décadas. Tengo todos los requisitos de los que se afirma general- mente como prueba de credibilidad: un doctorado (en física), un registro consistente de investigaciones financiadas por el gobierno por más de una década y una extensa lista de publicaciones en revistas especializadas sobre el tema publicaciones científicas.

No obstante, mis credenciales científicas han sido cuestionadas en muchas ocasiones. ¿Por qué? Porque, según el estudio, “… es mucho más probable que los conservadores duden de las teorías científicas sobre los orígenes.” y, “En 2010 sólo una tercera parte de los conservadores creía que el calentamiento global realmente está ocurriendo.” Ser escéptico con respecto a estas cosas es ser, según este trabajo, “anticiencia.”

En los años 1970s, el físico Richard Feynman y ganador del Premio Nobel, tomó públicamente una posición suma- mente crítica de las así llamadas “ciencias sociales.” Las llamó seudociencias, carentes de honestidad básica y de controles experimentales, a pesar de tener investigadores que aparentemente realizan los movimientos de los rituales científicos, incluso utilizando gabachas de laboratorio, pero sin hacer ciencia en realidad.

En contraste, primero experimento y conclusiones después es la base de la investigación científica. La ciencia posnormal que Feynman criticó predetermina sus conclusiones. Con intención o no, pervierte la práctica científica normal. Y es algo que está desplazando a la ciencia normal.

Mike Hulme, un profesor del cambio del clima, explica,

“La función del cambio de clima que yo sugiero, no es como el de un fenómeno ambiental minúsculo que ha de ser resuelto… En realidad no tiene que ver con detener el caos del clima. En vez de eso, necesitamos ver cómo podemos usar la idea del cambio del clima… reconsiderar como asumimos nuestras prácticas políticas, sociales, económicas y personales a lo largo de las décadas por venir.”

Así que, al menos para Hulme —quien además de su influyente trabajo con el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), institución adscrita a la Organización de las Naciones Unidas, es un profesor de alto rango en la Universidad de East Anglia (que saltó a la fama por los correos electrónicos del Climagate)— la “ciencia” del calentamiento global no tiene que ver esencialmente con ciencia sino con política. Entonces la ciencia llega a ser algo relacionado no con buscar entender y controlar nuestro mundo, sino con activismo y con la búsqueda del control de nuestros congéneres.

Motivado por el deseo de un conocimiento completo de la realidad soy un crítico experto de la IPCC, aunque a la luz de su historia dudo que sus principales autores vayan a tomar mis preocupaciones con seriedad.

Por favor, no vayamos a olvidar que la autoridad cultural de la ciencia, derivada de maravillas como las naves impulsadas por cohetes o los tratamientos que buscan la cura del cáncer, nace a partir de la visión bíblica de que la naturaleza es la obra ordenada de un Creador personal que gobierna la naturaleza en términos racionales que los seres humanos, creados a Su imagen, pueden comprender en alguna medida.

La ironía es que la ciencia posnormal, aún la del trabajo de Gauchat, es destructiva para la ciencia normal que todos conocen y aprecian. La verdad objetiva no es un punto de gran interés por parte de los científicos posnormales; el resultado de tal actitud ha sido una indiferencia hacia ella y una concentración en el poder como fin en sí mismo.

No es que los cristianos rechacen la ciencia, sino que ellos, como amantes de la verdad, reconocen cada vez más que lo que se vende como “ciencia” —una búsqueda de la verdad— en realidad ya no lo es; es falsa ciencia posnormal. Eso es en lo que desconfían los conservadores y los cristianos, y en lo que debiese desconfiar cualquiera que se interese en la ciencia. Como escribió el eminente filósofo de la ciencia, Robert K. Merton:

“La mayor parte de las instituciones demanda una fe incondicional; pero la institución de la ciencia hace del escepticismo una virtud.”

Y eso convierte en virtuosos a los cristianos y a cualquiera que sea escéptico de la ciencia posnormal.

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