Por Rebecca Jones
Reforma Siglo XXI, Vol. 18, No. 2
- Creo que Dios me creó, una mujer, a su imagen.
- Creo que Dios tiene la autoridad, como mi Creador, para definir toda mi persona: cuerpo, alma, mente, y emociones.
- Creo que Dios ha escogido revelarse por la creación del mundo donde habito, y en la encarnación de su Hijo, Jesucristo. Aprendo de estas revelaciones en su Palabra, la Biblia, la cual se aclara por el poder de Jesucristo, cuyo Espíritu obra en mi corazón y en mi entendimiento.
- Creo que Dios existe como uno, en tres personas iguales, y que estas personas tienen entre sí relaciones y funciones que son reveladas en las Escrituras.
- Creo que todo compañerismo humano es una reflexión de aquel compañerismo perfecto, definido y experimentado desde toda la eternidad por Dios mismo en sus relaciones trinitarias.
- Creo que Dios hizo a su imagen, tanto al hombre como a la mujer.
- Creo que Dios le dio al hombre un papel federal (representativo) en la humanidad en general (visto tanto en Adán como en Cristo) y que Él también dio a todo hombre el papel representativo y autoritario como cabeza tanto de su esposa como de su familia.
- Creo que Dios creó el matrimonio y la familia como la entidad fundamental de la sociedad.
- Creo que Dios creó el matrimonio (al igual que todas las instituciones humanas) para revelar el carácter de sus relaciones con los hombres.
- Creo que Dios me creó para ser de ayuda a mi marido, y que al servir y obedecerle, también sirvo y obedezco a Dios.
- Creo que mi marido es creado sobre todo para amar a Dios, pero que en sus relaciones humanas, él debe reflejar la naturaleza de Dios al cumplir su papel de protector, defensor, guía, líder, maestro, proveedor y padre.
- Creo que soy creada sobre todo para amar a Dios, y, dado que Dios no me escogió para una vida de soltera, también soy creada para criar a mis hijos, apoyar a mi marido, y servir a Dios y a su Iglesia, principalmente, aunque no exclusivamente, en el ejercicio de estas funciones.
- Creo que debo considerar mi hogar como la prioridad principal de mi ministerio a Dios y que al hacer esto, no traeré ningún reproche al evangelio.
- Creo que debo desarrollar una atracción sexual, una honestidad intelectual, y un fervor espiritual en mi papel como esposa.
- Creo que mi marido dará respuesta a Dios por su par- te en mi desarrollo espiritual, pero que cuando esté delante del trono del juicio de Dios, seré justificada, no por la justicia de mi marido, sino por la justicia de Cristo.
- Creo que la Biblia me enseña como mujer a sostener la autoridad de mi marido en mi matrimonio y en mi hogar; a respetarla, animarla, desearla, apreciarla, trabajar para aumentarla y animar a mis hijos a hacer lo mismo.
- Creo que las Escrituras me impiden ejercer una autoridad espiritual final en la Iglesia. Debo evitar la usurpación de los papeles de autoridad ejercitados por los hombres en la enseñanza y en la disciplina eclesiástica. Específicamente, tengo que evitar la enseñanza a los hombres o el juicio en contra del liderazgo masculino.
- Creo que soy libre para expresarme verbalmente dentro de la Iglesia para animar, alabar, testificar, aconsejar, orar, cantar himnos y canciones, e instruir sin violar las estructuras de autoridad ya mencionadas. Soy especialmente responsable por el entrenamiento y enseñanza de las mujeres más jóvenes, con la meta de animarlas a amar a sus maridos e hijos, a ocuparse de sus casas, y a no traer ningún reproche al evangelio.
- Creo que también debo ejercer mis dones particulares y personales en la Iglesia sin ignorar la hospitalidad, el servicio humilde, la disponibilidad en emergencias, y toda buena obra.
- Creo que el pecado afecta todo aspecto de mi vida. Por consiguiente, no me sorprende que mi naturaleza pecaminosa se rebele contra algunas de las verdades que confieso. ¡Que Dios en su misericordia suavice mi corazón para conformarme a su voluntad perfecta!
[Dado que creo e intento poner en la práctica tales creencias, no he tenido mucha voz pública. Alguien me preguntó una vez, “¿dónde están las mujeres cristianas que están dispuestas a tocar y defender estos asuntos? Si los hombres hablan de esto, nadie los escuchará”. La respuesta, por su- puesto, es que las mujeres cristianas están obedeciendo el mandamiento bíblico de “ocuparse en la casa”, y por esta razón no tienen la oportunidad de expresar su voz. Me agrada el privilegio de compartir este credo con cualquier persona que lo halle beneficioso. Si quiere dialogar conmigo respecto a su contenido, me puede escribir por medio de nuestro sitio web, http:www.spirit-wars.com].
Humildemente, Rebeca Jones
Rebecca Jones se graduó del Wellesley College y se casó con Peter Jones en 1971. Ella y Peter tienen siete hijos y catorce nietos. Ha servido en la junta el Gremio de Escritores Cristianos de San Diego y en el Consejo de Masculinidad y Feminidad Bíblica. Enseña estudios bíblicos en su iglesia local y en ocasiones da charlas en retiros y conferencias para mujeres. Ha publicado dos libros y trabaja como voluntaria en escritura y edición para el ministerio de truthXchange.