LOS SORDOS TAMBIÉN OYEN

por Guillermo Green

Reforma Siglo XXI, Vol. 5, No. 2

Los buses rugen en la ciudad, echando su mugre por la mufla. Los vendedores llaman a los caminantes, garantizando el mejor precio. Un avión vuela arriba, rayando el cielo con una pincelada de tiza blanca, con silbido remoto pero audible. El pito del policía rompe toda distracción, mientras señala que todos paren o caminen, según su discreción. Parlantes de alta potencia sacuden las paredes de una discoteca, y la sirena de una ambulancia deja recuerdo audible de que en este mundo algunos disfrutan mientras otros sufren. El bombardeo de sonidos a veces nos cansa, y anhelamos una caminata larga en un bosque, o un parque. Pero ¿cuál es la alternativa? Creo que confrontados con la facultad de oír o ser sordo, todos escogeremos el poder oír.

Todos los sentidos que Dios ha creado forman parte de un hermoso conjunto de habilidades para que el hombre exprese lo mejor de su humanidad, y su lugar como mayordomo de Dios en este mundo. En cuanto al oído, parece que Dios le había dado a Adán en forma audible sus primeros mandamientos. Y sin duda lo primero que Eva oyó en este mundo fue la exclamación de sorpresa y alegría de su marido – ¡ya no cargado de sueño al verla! Con el oído Adán oyó la voz de su Dios, entregándole su misión emocionante como mayordomo del Creador en este mundo. Con el oído Eva escuchó a Adán relatarle cómo nombró los animales, y cómo no había encontrado ninguna compañera entre todos ellos. Con el oído Eva podía oír el susurro de su marido, «te amo».

Pero fue con el oído que Eva también escuchó palabras engañosas emitidas por la lengua partida de la serpiente. Fue con el oído que Adán escuchó el consejo erróneo de su esposa y comió el fruto prohibido. Y fue con el oído que tanto Adán y Eva oyeron con terror las maldiciones de Dios sobre ellos, y su expulsión del huerto del Edén para siempre. Desde ese día ha existido un defecto en nuestro órgano de oído – no tanto en el sentido físico, sino en conexión con el corazón. Las palabras de Dios siguen siendo emitidas – Dios no ha dejado este mundo desprovisto de su palabra. Y las palabras de cariño, amor y apoyo siguen siendo habladas entre los hombres. Pero nuestro corazón perverso y engañoso ahora tuerce las palabras de Dios y de hombre, a veces rechazando del todo cada una, a veces haciendo burla de ellas.

Cuando Dios redime al hombre, debe redimir esta facultad como todas las demás. El mandamiento de «no dar falso testimonio» es un mandato no sólo de no hablar mentiras, sino también de no escuchar y promover tales. Los muchos mandamientos de no «andar chismeando entre tu pueblo» tienen que ver con rechazar lo que se oye, al igual que con comunicar información con la boca. Dios exige nada menos que la santificación de nuestros oídos también, porque fueron creados para canalizar a nuestro cerebro «lo verdadero, todo lo honesto, tolo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre» (Filip 4:8).

En el Antiguo Testamento, Dios denuncia la «sordera» de Israel – no que no podía oír sonidos y palabras, sino que no oían ni escuchaban la voz de sus profetas. Ya que no quería oír la voz de Dios, Dios le quitaría la facultad de oírle, y como castigo promete hablarle en otro idioma que no entenderían (el idioma del opresor, ¡Asiria! ver Isaías 28:11-13). Jesús, años mas tarde, repite la misma denuncia contra aquellos que lo tenían de frente, le podían oír todos los días, pero torcían y rechazaban lo que decía. Dijo que sus parábolas servirían tanto para crear la fe, como para endurecer – «para que viendo no vean, y oyendo no oigan» (Mateo 13:13).

En este contexto encontramos en dos ocasiones que le traen a Jesús personas que el demonio había hecho sordas. ¡Que casualidad! Precisamente cuando el Hijo de Dios camina la tierra anunciando libertad a los que están bajo el dominio del maligno, satanás bloquea la facultad de oír. ¿Podría lograr sus planes malévolos para estas personas? ¿Podría mantenerlas atrapadas el tiempo suficiente para que nunca oyeran el evangelio? Parecía que sí. ¿Quién podía sanar un sordo? Nadie había hecho eso. La causa parecía estar perdida. Los propios discípulos de Jesús, quienes habían expulsado demonios y quienes habían hecho proezas para su Maestro, no pudieron con este caso.

Pero, el que creó las facultades del hombre ¿no podrá librarlas? El que creó el oído, ¿no podrá abrirlo? Cuando el «Hombre Fuerte» llega para saquear la casa del diablo, nadie ni nada podrá resistirle. Dios había profetizado por medio del profeta: «En aquel tiempo los sordos oirán las palabras del libro, y los ojos de los ciegos verán en medio de la oscuridad y de las tinieblas. Entonces los humildes crecerán en alegría en Jehová, y aun los más pobres de los hombres se gozarán en el Santo de Israel» (Isaías 29:18,19). Con autoridad, con tan sólo su palabra, Jesús libra y restaura el oído. La misma palabra con que creó a Adán con todas sus facultades funcionando, ahora restaura el oído de esta persona sumida en el pecado, para que pueda oír La Palabra de vida – a Jesús. La sanidad de los sordos era mucho más que otro milagro. La sanidad de los sordos señalaba de manera pujante que Jesús había invadido este mundo para hacer oír SU voz. Los sordos no gozaban del silencio de paz y tranquilidad. Su sordera era parte del engaño y de la opresión de satanás que no quería que oyera nunca la voz de Cristo. Los milagros que relatan los evangelistas tienen un enfoque muy importante. No se nos registra que Jesús sanara gripes, espaldas, los páncreas de la gente – aunque es probable que sanó algunas de estas cosas entre todas las sanidades que hizo. Pero los evangelistas escogen ciertos milagros que señalan aspectos espirituales de la obra de Cristo, y con justa razón. Jesús vino como «el Verbo», y el pecado y rebeldía – simbolizados por la sordera – tendrían que ceder ante él. Su Palabra tendría el poder de penetrar la condición más imposible del corazón humano, y de cambiarla. Era importante que los discípulos, y nosotros, supiéramos esto.

¿Qué es la sordera moderna? Me pregunto si el deseo de siempre estar bombardeado por ruido, música, la televisión, etc., no sería una forma de tratar de huir de la voz de Dios, y de la voz de nuestra consciencia. Muchas personas aborrecen el silencio. En mi experiencia me he encontrado con la situación imposible de comenzar un estudio bíblico en la sala de una casa compitiendo con alguna comedia o programa en la televisión. ¿Cuál miedo nos agobia que huimos de contemplar la Palabra de Dios en silencio? Creo que un análisis de nuestra sociedad encontraría en muchas personas el deseo consciente de ser «sordas». De ahí la creación del bombardeo bullicioso de los medios masivos.

Pero creo que encontramos otra sordera entre los mismos cristianos, que debe ser «sanada» con urgencia. Urge un exorcismo del demonio de la sordera entre los que se llama «hijos de Dios», y la prueba de ello es que «oyen» muchas palabras bíblicas, pero no son «hacedores» de la palabra. Jesús dijo que sus discípulos son aquellos que «oyen y siguen». Santiago nos insta a ser no sólo «oidores» sino «hacedores» de la ley. La biblia conoce muy bien la sordera espiritual, la que practicaba Israel, la que practicaban los fariseos. Las cifras que yo tengo, y los sondeos que he hecho, demuestran que no existe casi ninguna diferencia entre cristianos y no-cristianos en las siguientes áreas: el divorcio, la mentira, el chisme, la fornicación entre adolescentes, y el uso de la pornografía. Quiere decir que nuestras iglesias pueden estar llenas, pero llenas de sordos. 

Pero el problema se agrava entre más lo examinemos. El problema de sordera espiritual no es problema que emana de las bancas, sino del mismo púlpito. Nuestros púlpitos en muchas iglesias tienen pastores fornicarios, mentirosos, divisionistas, orgullosos, ladrones, los que practican el plagio, y engañadores – prueba de ello es la constante lista de la «caída» de estos líderes. En lugar de «ciegos guías de los ciegos» tenemos el curioso panorama de «sordos predicando a los sordos». 

Esta sordera espiritual ha contribuido en forma poderosa para castrar el pueblo de Dios de su fuerza hoy, a tal grado que hoy muchos se ríen de nuestro mensaje, como si fuéramos unos sordomudos intentando decir algo inteligente sin la capacidad de hacerlo. Somos irrelevantes, casi chistosos – o bien patéticos, engañando a nadie sino a nosotros mismos. Ni los payasos toman en serio sus juegos sino que se ríen, pero los cristianos parecen disfrutar este pasatiempo de «payaso religioso», denunciando con toda seriedad en un lugar lo que salimos corriendo a disfrutar al día siguiente. A raíz de esto muchas iglesias se han rendido. Sus cultos colaboran con crear sordera espiritual con una atmósfera más de discoteca que otra cosa, y la ausencia casi en absoluto de alguna presentación seria de la Biblia. Ahora con la «super-gracia» de Dios ya no existe el dilema de tratar de cambiar nuestras vidas, sino podemos entregarnos a las pasiones de la carne asegurados que no contaminan el alma. Pero aún dentro de los círculos presbiterianos y reformados muy fácilmente llenamos el culto de un montón de «ruido» – palabras humanas y actividades humanas que Dios nunca pidió, y carecemos de cantos y mensajes que hagan fiel eco a la voz de Dios. Por algo Dios dijo: «Mas Jehová está en su santo templo, calle delante de él toda la tierra».

Sólo un exorcismo pudo librar al sordo atrapado por el poder de Satanás. Tal vez nuestra condición es peor de lo que nos imaginábamos. Los consejos amables con palmaditas en la espalda no lograrán este exorcismo. Sólo una palabra autoritativa del Maestro lo puede hacer. Esa palabra tiene que oírse primero en nuestro corazón, arrancando la sordera de lo profundo de nuestra alma, quebrantando toda rebeldía. El predicador que no está dispuesto a oír primero la voz de Dios para sí mismo, atenta contra el cuerpo de Cristo como líder sordo, y acarrea mayor condenación para sí.

Las buenas nuevas del evangelio consisten en que vino Uno cuya voz podía penetrar la sordera más densa – la voz dulce de Jesús alcanza más que el estruendo más grande – abriendo las facultades no sólo del oído, sino mas importantemente, del corazón y del alma. Para el predicador que ha oído esta voz, debe ser un gran consuelo saber que esa misma voz que me santificó a mi podrá alcanzar a otro tan sordo y endurecido como lo fui yo. Podemos llevar tan sólo las Palabras de Dios, y sin más ni menos, abrirán los oídos y corazones de los suyos.

¡Los sordos también oyen!

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