¿CUÁL ES LA DIFERENCIA ENTRE LA COMPASIÓN Y LA ALCAHUETERÍA?

Por Guillermo Green

Reforma Siglo XXI, Vol. 13, No. 2

Jesús dijo, “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mat. 7:1). Este versículo ha servido no sólo para aparentar una falsa compasión, sino para justificar pecados graves. En primer lugar, los que recetan este versículo lo violan a penas lo dicen, porque están “juzgando” que otro no debe “juzgar”. Si vamos a tomarlo literalmente y categóricamente, nadie podría emitir ningún juicio ni criterio sobre nada. Pero el testimonio bíblico obviamente nos llama a emitir juicios y tener criterios. Citamos los siguientes ejemplos representativos:

“Éstas son las cosas que habéis de hacer: Hablad verdad cada cual con su prójimo; juzgad según la verdad y lo conducente a la paz en vuestras puertas” (Zacarías 8:16).

“No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” ( Juan 7:24).

“Como a sensatos os hablo; juzgad vosotros lo que digo” (1 Corintios 10:15).

“En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie” (1 Corintios 2:15).

Sabiendo que las Escrituras no se contradicen, ¿cómo debemos tomar las palabras de Jesús que aparentemente contradicen otras partes de la Biblia que nos manda a juzgar? El contexto nos da la respuesta muy sencilla (la enseñanza de la paja y la viga en el ojo). El término “juzgar” puede significar “emitir juicio”, pero tiene un uso muy común de “condenar”. Es en este sentido que Jesús usa el término, y nuestras Biblias serían más claras si se tradujera el versículo, “no condenen (injustamente), para que no sean condenados”. La Biblia nos llama a “juzgar” en el sentido de tener criterios, y de actuar con base en los criterios correctos. Pero Dios prohíbe que condenemos ligeramente a otros cuando tenemos peores pecados nosotros. Este es el sentido del pasaje.

  1. “No critiquemos”—¿Compasión?

El problema es cuando se apela a este versículo en el contexto de la Iglesia, especialmente cuando se trata de enseñanzas o maestros de la Biblia. Una vez yo estaba haciendo un comentario sobre un predicador que reclamaba ser un ungido de Dios, pero claramente enseñaba falsas doctrinas, y un hermano pastor me dijo, “hermano, no debemos juzgar. Dejemos eso a Dios”.

He percibido esta misma actitud en muchos países, tanto entre los hermanos de las congregaciones como entre los pastores y líderes. Generalmente se usa en un contexto cuando alguien está haciendo una crítica de las enseñanzas de algún predicador, y al emplear el as de Mateo 7:1, se termina la conversación. Y casi siempre se dice en una voz muy piadosa, “mi hermano, la Palabra nos recuerda que no debemos juzgar para no ser juzgados. Dejemos estas cosas al Señor, y simple- mente prediquemos a Cristo”. Pero, ¿es esta actitud compasión?

¿Es esto lo que quería decir Jesucristo? ¿O es flojera?

Para que entendamos bien la situación, tomemos un ejemplo muy claro. Digamos que hay un criminal que ha robado y matado a muchas personas. Por fin es apresado y llevado a los tribunales. Imagínese que el juez dijera: “Bueno, no vamos a juzgar para que no seamos juzgados. Déjelo ir libre y dejaremos las cosas a Dios”. Esta actitud sería “compasiva”, ¿no? ¡Claro que sería compasiva! Pero sería una “compasión” irresponsable, que casi no se puede llamar “compasión”. No conozco a ningún adulto responsable que apoyaría soltar un homicida para que amenace la vida y la seguridad de la población en general, y de sus hijos en particular.

Pero ¿qué pasa cuando hablamos de la Iglesia del Señor? De pronto todo es “espiritualizado”. De pronto no podemos emitir ningún juicio sobre las personas. ¡Como si no hubiera peligros espirituales peores que los peligros físicos! ¿Por qué aplicamos este versículo de Jesús (Mateo 7:1) cuando hay muchos otros pasajes que llaman al Cristiano y a la Iglesia a que juzguen, condenen, y hasta expulsen a los falsos profetas y falsos maestros?

Aplicar una falsa “compasión” ante el verdadero peligro no es piedad. Podría ser varias otras cosas, entre las cuales podemos señalar: cobardía, flojera espiritual e intelectual, el deseo de complacer a los hombres más que a Dios, alianzas clandestinas con el enemigo. En esta materia el líder bíblico tiene que estar muy claro, pues el cargo que tiene ante Dios por la Iglesia es muy serio. Recordemos que todo pastor y anciano está bajo juramente en presencia de Dios, como lo dijo Pablo:

Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno. (Hechos 20:28–3).

2. ¿Qué dice la Biblia?

Es necesario que destaquemos algunos pasajes de la Palabra de Dios para despejar el mito de la falsa compasión, que se vuelve alcahuetería en lugar de verdadera compasión. Primero, daremos unos ejemplos de las advertencias fuertes que dieron los profetas del Antiguo Testamento, Jesucristo, y luego los apóstoles. Pedimos humildemente que el lector medite los siguientes textos.

2.1 Un ejemplo del Antiguo Testamento

La denuncia por Jeremías: “¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra? Por tanto, he aquí que yo estoy contra los profetas, dice Jehová, que hurtan mis palabras cada uno de su más cercano. Dice Jehová: He aquí que yo estoy contra los profetas que endulzan sus lenguas y dicen: El ha dicho. He aquí, dice Jehová, yo estoy contra los que profetizan sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo, dice Jehová…” ( Jeremías 23:29–32)

El castigo de Dios: “… por tanto, he aquí que yo os echaré en olvido, y arrancaré de mi presencia a vosotros y a la ciudad que di a vosotros y a vuestros padres; y pondré sobre vosotros afrenta perpetua, y eterna confusión que nunca borrará el olvido” ( Jeremías 39–40).

2.2 Un ejemplo de Jesucristo

La advertencia por Jesucristo: “Porque se levantarán falsos cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo he dicho antes” (Mateo 24:24–25)

La denuncia por Jesucristo: “Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros” (Mateo 23:15).

El castigo de Dios: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta” (Mateo 23:38).

2.3 Un ejemplo del apóstol Pablo

La advertencia: “Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz.” (2 Corintios 11:13–14). “…manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos, de los cuales son Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar” (1 Timoteo 1:19–20)

La denuncia: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema” (Gálatas 1:8–9).

El castigo de Dios: “¡Ojalá se mutilasen los que os perturban!” (Gálatas 5:12). “…mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados” (2 Timoteo 3:13).

2.4 Un ejemplo del apóstol Pedro

La advertencia: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado, y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas” (2 Pedro 2:1–3)

El castigo: “Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme. Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio;” (2 Pedro 2:3–4)

2.5 Un ejemplo del apóstol Juan

La advertencia: “Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo. 19 Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1 Juan 2:18–19).

“Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Juan 4:1).

“Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye” (1 Juan 4:5).

El castigo: “Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados” (1 Juan 2:28)

2.6 Un ejemplo del apóstol Judas

La advertencia: “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardiente- mente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” ( Judas 1:3–4).

La denuncia: “¡Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré. Éstos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza; estrellas errantes” ( Judas 1:11–13).

El castigo: “… para las cuales está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas” ( Judas 1:13).

3. El enfoque que debemos tener

La verdadera compasión la tuvo Cristo y sus discípulos para con todo pecador arrepentido, no importa la gravedad de su pecado. A prostitutas, adúlteras, publicanos y blasfemos Jesús confirió el perdón de sus pecados como fruto del arrepentimiento. Pero hay una clase de personas que Jesús y los apóstoles reservaban las palabras más duras: a los falsos maestros. Y esto es porque un maestro está a cargo de las almas de otros. Tienen una responsabilidad muy grande ante Dios por la salvación o la perdición de otras personas. Y son los que tienen más acceso a la verdad, de modo que no tienen excusa por sus errores.

La verdadera compasión no es disculpar al que pone en peligro el destino eterno de las personas. El refrán “No juzgue” aquí no cabe. Todo lo contrario. Pablo exige a Timoteo que él y la Iglesia ejerzan criterios muy rígidos: “Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2:1–2). Pablo exige un “esfuerzo” de parte de Timoteo para asegurar que solamente “hombres fieles” fueran escogidos como maestros de la Palabra.

Jesucristo y los apóstoles fueron cien por ciento enfáticos en este campo, porque estaban cien por ciento convencidos de la importancia de la religión verdadera. A nosotros no nos causa ninguna emoción las cosas que no consideramos muy importantes. Las elecciones en otro país tal vez nos interesan, pero gane quien gane, generalmente no sentimos gran emoción. Pero si estamos convencidos de que sólo una persona sirve para gobernar nuestro propio país, sentimos toda la emoción posible la noche después de la votación mientras cuentan los votos. Y si pierde por poquito clamamos “¡trampa!” Y si pierde por mucho, nos sentimos deprimidos unos días.

A Jesús le interesaba mucho su Iglesia por la cual estaba derramando su vida. A los apóstoles les interesaba mucho la Iglesia sobre la cual habían sido puestos con una gran responsabilidad de dejar un fundamento seguro. El pastor o líder hoy que no siente mucho interés y mucha responsabilidad por la Iglesia, como para defenderla contra todo ataque, no debe estar en ese puesto.

4. ¿Pecado imperdonable?

Pensando las cosas bien, Jesucristo no ofrece a los fariseos el perdón a cambio del arrepentimiento. Los denuncia y los condena como si fueran tan endurecidos que él sabía que nunca iban a arrepentirse. Y en realidad esto es lo que encontramos con todos los demás apóstoles. Denuncian y condenan con palabras mortales a los que usan la verdad de Dios para engañar a otros y para beneficiarse a sí mismos.

Esto podría afectar mucho nuestro ministerio hoy. ¿Por qué hay tantos pastores renuentes a denunciar a los falsos maestros? Imaginémonos las diferentes situaciones:

  1. El pastor no está muy seguro si otro predicador ha cruzado la linea para ser llamado un “falso profeta”. Bueno, esto en teoría es un punto válido. Pero en muchos casos ¿no será más bien una confesión de la falta de seguridad de su propia doctrina? Conozco casos de predicadores que son obviamente fuera de la verdad bíblica que no son denunciados. Parece que el problema aquí no es el falso profeta, sino los que no están seguros de su propia doctrina. En este caso, tal líder podría considerar seriamente la opción de renunciar a su posición hasta obtener la seguridad doctrinal necesaria para dirigir el rebaño del Señor.
  2. El pastor cree que se aplica Mateo 18:15–19. Estoy completamente en favor que se cumplan los requisitos de Mateo 18 en las iglesias, y lucho por esto mismo en mi ministerio. Sin embargo, Mateo 18 no se aplica en los casos que estamos considerando. Primero —los falsos maestros enseñan públicamente y deben ser amonestados públicamente. Recordemos que Pablo reprendió a Pedro delante de todos — ambos eran figuras públicas con responsabilidades públicas. Y esto en el caso de un hermano, ¡y un apóstol! Pero en segundo lugar, si se trata de un falso profeta que no está sujeto a “la Iglesia”, lo único que le corresponde es la denuncia pública y la advertencia a las congregaciones. Mateo 18 requiere que el proceso pueda ser llevado a “la Iglesia” (dando a entender los líderes a cargo de estas cosas: ancianos y pastores). Pero los falsos maestros siempre “salen” de las iglesias para ser independientes (ver 1 Juan 2:19), así mostrando que siguen el espíritu del anticristo.

Jesucristo reprendía públicamente a los fariseos, y no hay una sola evidencia de que fue a cada fariseo uno por uno. Pablo denuncia a Himeneo, Alejandro, y Fileto por nombre, sin evidencia de haber seguido algún proceso privado. En el libro de Gálatas Pablo pide “anatema” sobre cualquiera que predicaba otro Evangelio, echando en un sólo saco a todo el grupo de líderes que se oponían a Pablo. Y en 2 Corintios, Pablo se burla de los “superapóstoles”, y para los corintios tiene que haber sido obvio a quién se estaba refiriendo (2 Cor. 11:5; 12:11). Es imposible imaginar todo el argumento de Pablo y el detalle que da, ¡y que los corintios no tuviera idea de quién estaba hablando! Ellos sabían perfectamente bien a quienes Pablo estaba señalando, porque si no, Pablo derramó mucha tinta en vano.

El predicador fiel hoy no debe tener ninguna duda de su responsabilidad de denunciar al falso maestro, y de advertir  a su congregación —por nombre y apellido si es necesario. Tenemos el ejemplo bíblico que lo respalda.

3. Tal vez el pastor podría pensar que “ser peleonero dará mal testimonio al mundo”. Pero esta lógica está totalmente al revés. Los que dan mal testimonio son los falsos maestros. Leamos de nuevo:

“Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubierta- mente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado” (2 Pedro 2:1–2).

Es claro que los que causan mal testimonio son los falsos maestros, y esto lo vemos todos los días en nuestros países.
Casi nadie critica a los cristianos verdaderos y humildes, que siguen a Cristo. Mas bien, los felicitan. Pero los falsos maestros casi siempre llevan a “disoluciones”, y esto contribuye al mal testimonio de nuestros tiempos. Y precisamente porque la Iglesia de hoy no ha hecho la denuncia necesaria, el mundo cree que todos somos iguales. De modo que terminamos dando mal testimonio ¡al no denunciar!

Hay un punto más. Para definir “mal testimonio” o “buen testimonio” —¿quién es el que lo define? Debe ser Dios. Y Dios ha dejado claro en su Palabra nuestro deber de honrar la verdad, denunciar la mentira, y expulsar a los falsos maestros y condenarlos.

4. Tal vez el pastor piensa que “nuestra tarea es predicar el Evangelio de salvación, y no meternos en la vida de otros. Eso se lo dejamos a Dios”. Bueno, por supuesto nuestra tarea es predicar el Evangelio. Y ¿quién define el Evangelio? ¿Qué pasa si Dios definió el Evangelio como incluyendo la denuncia del error? Pensamos en las palabras de Pablo quien une en una misma frase la parte positiva y la parte negativa cuando habla de la meta del Evangelio para la Iglesia:

“… hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del cono- cimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4:13–15).

Quien define el Evangelio es Dios, no nosotros. Y si queremos ser fieles al Evangelio de Dios, debemos anunciar la salvación en Cristo, y repudiar y denunciar a todo aquel que desvíe la Iglesia del verdadero Evangelio.

5. Tal vez el predicador piense: “Podemos ignorarlos, pronto se desaparecen”. Creo que es más fácil que la maleza desaparezca sola de un campo plantado, a que los falsos maestros se desaparecen con ignorarlos. Eso no va a pasar. Dios ha dispuesto que su Iglesia se les oponga, porque en parte   es prueba de Dios sobre nosotros. Recordemos las palabras de Moisés:Tal vez el predicador piense: “Podemos ignorarlos, pronto se desaparecen”. Creo que es más fácil que la maleza desaparezca sola de un campo plantado, a que los falsos maestros se desaparecen con ignorarlos. Eso no va a pasar. Dios ha dispuesto que su Iglesia se les oponga, porque en parte   es prueba de Dios sobre nosotros. Recordemos las palabras de Moisés:

“Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma” (Deuteronomio 13:1–3).

Dios prueba la fidelidad de su pueblo, y me temo que andemos mal. Por nuestro silencio encubrimos al falso profeta que desvía a muchos. Por nuestra apatía permitimos que todos los medios se llenen de falsas doctrinas. Por nuestro descuido culposo ponemos en riesgo la misma fe de nuestros hijos y generaciones posteriores. En el contexto de Deuteronomio, la respuesta de los israelitas debía ser no sólo evitar el mal consejo. La respuesta que Dios exigía era —bueno, dejemos que Dios nos lo diga:

“… no consentirás con él, ni le prestarás oído; ni tu ojo le compadecerá, ni le tendrás misericordia, ni lo encubrirás, sino que lo matarás; tu mano se alzará primero sobre él para matarle” (Deuteronomio 13:8–9).

Si por la misericordia de Dios hoy no apedreamos a los falsos maestros, por lo menos no deben ser “encubiertos” por nuestro silencio o nuestra apatía.

6. Tal vez un pastor podría pensar, “No debemos mencionar nombres específicos, máxime porque nos podrían demandar en alguna ocasión”. Esto se llama “temer a los hombres más que a Dios”. ¿Ya olvidamos las palabras de Cristo? “No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). El predicador tiene una encomienda ante Dios, y si no está dispuesto a cumplirlo, debe ceder el lugar a otro más dispuesto. No será ante los hombres que damos cuentas en el día de juicio, sino ante el Dios trino. Y cada día el pastor debe recordar y meditar que dará cuenta a Dios por ese día por lo que dijo y por lo que no dijo.

5. La trompeta debe sonar después del arrepentimiento

No es el momento de líderes tibios, vacilantes ni dudosos. En todos nuestros países las falsas doctrinas han crecido repentinamente casi sin oposición. Han tomado los medios masivos, han tomado las librerías, han tomado los estadios, y han tomado la música. Los atalayas se escondieron en algún rincón mientras el enemigo entró, violó, robó y destruyó.

Nuestra primera respuesta debe ser el arrepentimiento por  el poco amor que hemos tenido por el rebaño del Señor. El verdadero amor pone la cara por la Iglesia de Cristo. El verdadero amor deja oír la voz de alerta, y denuncia a los ladrones y salteadores. El verdadero amor se opone a los falsos líderes como lo hizo Cristo, aún si implica morir crucificado.

Creo que el segundo paso debe ser temer. Cuando leo el siguiente pasaje me infunde temor: “Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma” (Ezequiel 3:17– 19). El predicador que no tema esas palabras no es apto para subirse en un púlpito.

En tercer lugar, creo que tenemos que pedir valor y sabiduría al Señor, y redoblar esfuerzos por defender el rebaño de Jesucristo que está a nuestro cargo. Los falsos maestros tienen que ser denunciados. Los lobos tienen que ser seña- lados. Los ladrones tienen que ser desenmascarados. Y a la Iglesia de Cristo tenemos que enseñar muy cuidadosamente cómo distinguir entre la verdad y el error.

En último lugar, no debemos tenerle lástima a ningún predicador que ha abandonado la sana doctrina. Estoy consciente de que al verdadero Cristiano nos es difícil hacer denuncias y reprensiones. El Cristiano no ama el conflicto. Pero quiero señalar algo. He escuchado a muchos de los falsos maestros en algún momento explicar perfectamente el verdadero Evangelio en maneras que cualquiera de nosotros podríamos decir “¡amén!”. Esto es evidencia que han conocido la verdad. Pero este hecho no los detiene en su carrera atrevida persiguiendo el poder, el dinero, o sus propios intereses. El punto no es si conocen o no la verdad. El problema es que aunque la conocen, la niegan con la totalidad de su enseñanza. Es por esto que son peligrosos y malos; tienen conocimiento de la verdad pero niegan su eficacia. No hay que tenerles lástima alguna.

6. Conclusión

La diferencia entre la compasión y la alcahuetería es grande. Compasión tenemos para los que no tienen cono- cimiento del Evangelio. Compasión tenemos para con los arrepentidos. Compasión tenemos para con los oprimidos. Pero a los que tienen conocimiento y sin embargo tuercen las Escrituras para la maldad —no puede haber ninguna compasión. Cualquier otra actitud fuera de la que tuvo Cristo y los apóstoles para con los falsos maestros es alcahuetería.

La verdadera Iglesia del Señor está clamando por líderes claros en su doctrina, y claros en sus convicciones. Dejemos los paños tibios para los bebés. Hoy se requiere atalayas varoniles quienes darán la cara por la verdad.

¿Y usted mi hermano?

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