WILLIAM TYNDALE: SU LEGADO Y CONTRIBUCIÓN

Por Steven Martins

Reforma Siglo XXI, Vol. 19, No. 1

Cuando hablamos de la Reforma, los  reformadores quienes usualmente vienen primero a la mente son Martín Lutero, Juan Calvino y Ulrico Zuinglio.

Ciertamente hay otros notables, ya que, después de todo, la Reforma se extendió más allá de estos tres, pero cuando examinamos la larga lista de reformadores, hay uno quien es más a menudo olvidado. Podríamos incluso decir, considerando su contribución a la Reforma y al desarrollo de la literatura inglesa, que él es poco valorado por la mayoría hoy. Se trata del inglés William Tyndale (1494-1536), de Gloucester.

Para aquellos que no conocen bien el nombre, Tyndale fue un estudiante de Oxford y Cambridge, un excelente erudito y un orador competente en siete idiomas, incluyendo el antiguo hebreo y el griego. Él también sirvió como sacerdote católico por un tiempo, antes de su gran proyecto de traducción.

Durante su tiempo en Magdalen Hall, más tarde conocido como Hertford College de la Universidad de Oxford, se dice que “Tyndale había sido atraído por las ideas protestantes”, y esas ideas que surgieron de la Reforma, que juntas formaban una recuperación de la verdad bíblica, fueron secretamente enseñadas a algunos estudiantes bajo Tyndale. No pasó mucho tiempo hasta que su enseñanza se hizo más pública, predicando, por ejemplo, “en el lugar común llamado Saint Austen’s Green (frente a la iglesia)” después de su ordenación, donde sus ideas de reforma causaron un alboroto con las autoridades locales. Sin embargo, incluso con la oposición, Tyndale no era un hombre que se alejaba del conflicto, no cuando la clara enseñanza de la Escritura estaba siendo atacada. En cambio, dominaba los debates con una excelente argumentación y con citas exactas de textos bíblicos, dejando a menudo a sus oponentes en un silencio derrotado.

Cuando miramos hacia atrás, es poco sorprendente para los eruditos que la Iglesia Católica, su papado y el estado inglés de ese tiempo, percibiesen a Tyndale como una amenaza cuando asumió un proyecto de traducción “prohibido”, porque después de todo, era un oponente formidable. Y se podría decir incluso que, al igual que los primeros apóstoles, él junto con los otros reformadores habían “trastornado al mundo” (Hechos 17:6), y realmente fue así.

¿Una contribución grande o insignificante?

Tyndale, en el año 1522, concibió el proyecto de traducir la Biblia al inglés, que en ese momento no estaba disponible para el laico común. No era simplemente una cuestión de costo, era ilegal traducir, y mucho más distribuir la Biblia en la lengua materna de la gente, y debido a su ilegalidad, el obispo Tunstall de Londres rechazó la solicitud de Tyndale para apoyo y financiación. Como resultado, Tyndale huyó de Inglaterra y logró comenzar la impresión de su primera traducción del Nuevo Testamento en Colonia, en algún momento de 1525, y cuando fue interrumpido por los magistrados locales, terminó de imprimir en Worms ese mismo año.6 Sus copias en inglés fueron eventualmente contrabandeadas en Inglaterra, y en un esfuerzo por impedir la venta pública del Nuevo Testamento de Tyndale, las autoridades católicas compraron todas las copias de contrabando, sin darse cuenta de que en realidad estaban ayudando a financiar los trabajos futuros de Tyndale.

La contribución de Tyndale a la Reforma puede comúnmente pasarse por alto a favor de las contribuciones de Lutero, Calvino o Zuinglio, pero lo que Tyndale logró no fue nada insignificante. Él “insistió en la autoridad de la Escritura” y creía que cada persona debía tener acceso a la Palabra de Dios. Fue esta convicción la que lo llevó a sacrificar su propia vida para llevar a cabo su proyecto, incluso adoptando el seudónimo “William Huchyns” para poder ocultar su propia identidad. Lo que Tyndale había logrado era la traducción

al inglés del Nuevo Testamento del griego, y del Pentateuco (1530), del profeta Jonás (1531), y de los libros históricos desde Josué hasta Segundo de Crónicas, que fueron dejados en manuscritos, del hebreo. Esto no fue una tarea fácil, especialmente teniendo en cuenta que había un precio sobre su cabeza, pero él estaba ansioso por completar sus obras, revisar sus traducciones, y animar la venta del Nuevo Testamento en inglés (no por fines de lucro, sino para el reembolso de gastos), a pesar de la condena de la Iglesia católica.

Con pleno conocimiento de la oposición en Inglaterra, Tyndale aseguró a los lectores que, aunque los oficiales papales estaban en contra de las Biblias en inglés por cualquier razón no-bíblica que pudiesen conjurar, los cristianos no debían sentirse culpables al deleitarse en la Palabra de Dios en su propio idioma. Como él escribió:

“No dejes que te haga desesperar, o te desanime, oh, lector, que leer la Palabra de la salud de tu alma te sea prohibido en dolor de vida y bienes, o que sea considerado romper la paz del rey, o traicionar a su Alteza, porque si Dios está de nuestro lado, ¿qué importa quién esté contra nosotros, sean obispos, cardenales o papas?”

Para entender la contribución de Tyndale a la Reforma, debemos preguntarnos ¿cómo la Reforma podría haber avanzado si los laicos no hubiesen podido leer la Biblia por sí mismos? El resultado habría sido otro conjunto de élites religiosos parecido al romanismo, de quienes los cristianos debían depender para la interpretación y la comunicación de las Escrituras cristianas, sin ningún medio para verificar lo que realmente.

Lo que Tyndale logró, junto con otros que participaron en la traducción de la Biblia a diferentes idiomas, fue proporcionar a los laicos la oportunidad de leer la Biblia por sí mismos. De esta manera, sus creencias no se basarían en las enseñanzas de los monjes, obispos, o papas, sino solo en la Escritura. Ese fue uno de los cinco principios de la Reforma, Sola Scriptura, y los traductores de la Biblia lo hicieron una realidad para muchos cristianos, incluso bajo intensa persecución.

Como escribe el historiador David Teems en Tyndale: El Hombre que dio a Dios una voz inglesa

“Imagínense oír [la Biblia] por primera vez, especialmente después de haber sido negado este intercambio primario por siglos. Dios ya no es atesorado ni guardado a la distancia. Está a nuestro nivel, radiante; suena como tú suenas; usa tus palabras, tus patrones y tus ritmos. Ya no hay una pared ni una división, al menos no por el habla. La generosidad es abrumadora”.

Fue la pasión de Tyndale dar a conocer a Dios a todas las personas, no solo a los monarcas o a las élites religiosas del romanismo, sino al huérfano, al labriego, al plebeyo. Discernió la corrupción de la iglesia católica del siglo XVI, la tiranía

del Papa, y el veneno de las falsas enseñanzas que estaban en contra de la Escritura (que es lo que llevó a Lutero a escribir sus Noventa y Cinco Tesis), y por lo tanto, llegó a la convicción de que el Dios de la Iglesia no debía ser el dios distante del romanismo, sino el Dios de la Escritura que nos habla directamente. Su traducción del Nuevo Testamento no fue meramente una obra literaria, sino también, dirigida por el Espíritu de Dios, una obra teológica donde el Cristo romano fue refutado al dar a conocer, con claridad, al Cristo bíblico a todos los hombres. Como escribe Teems:

“Jesús ya no era la figura agonizante, sangrienta, silenciosa, suspendida, crucificada, sino un Dios personal y comunicativo; un monarca divino y benevolente; un Dios indiferente que no se preocupa por las convenciones sociales habituales, como la riqueza, el apellido o qué tan grande sea la casa de uno. Esta representación [bíblica] de Cristo fue contraria a la imagen romana…”

No solo refutó el cristianismo romano, sino que presentó con claridad de lenguaje al verdadero Dios de la Escritura y su voluntad y propósitos para toda la creación. Y al hacerlo, incluso sin saberlo, contribuyó al desarrollo de la literatura inglesa.

Puede que no tengamos plena consciencia de ello, pero el inglés común de hoy le debe más a Tyndale que a Shakespeare. Incluso las Biblias del rey Jacobo (King James) les deben más a las primeras traducciones de Tyndale que a los 47 eruditos de la Iglesia de Inglaterra. Él, después de todo, introdujo las palabras network (red), passover (pascua), intercession (intercesión), atonement (expiación), entre otras, al idioma inglés en 1530.

Podemos, por ejemplo, percibir la influencia que tuvo Tyndale sobre la prosa de Shakespeare en los siguientes pasajes:

“No hay ojo que oiga, ni oído que vea, ni mano que palpe, ni lengua que entienda, ni alma que relate el sueño que he tenido”. (William Shakespeare, Sueño de una noche de verano, IV, I, 216-220)

“El ojo no ha visto, el oído no ha oído,  ni  han entrado   en   el   corazón   del   hombre   las   cosas  que  Dios  ha  preparado   para   los   que   le   aman”.   (1 Corintios 2:9, The William Tyndale New Testament, 1526)

Como el historiador David Daniell comenta sobre la contribución de Tyndale a la literatura inglesa:

“Lutero a menudo es elogiado por haber dado, en la ‘Biblia de setiembre’, un lenguaje para la emergente nación alemana. En sus traducciones de la Biblia, el uso consciente de Tyndale de palabras cotidianas, sin inversiones, en un orden de palabras neutro, y su oído maravilloso para los patrones rítmicos, dio al inglés no solo un lenguaje bíblico, sino una nueva prosa. Inglaterra fue bendecida como una nación en que el lenguaje de su libro principal, lo cual pronto llegó a ser la Biblia en inglés, fue la fuente de la cual fluyó la claridad, la flexibilidad y el rango expresivo de la prosa más grande a partir de entonces”.

En pocas palabras, si Tyndale no hubiese traducido el Nuevo Testamento, no habría habido una Biblia del rey Jacobo, no habría habido Shakespeare, y la lengua inglesa de hoy sería muy diferente, porque en realidad hablamos ‘tyndaliano’. La contribución de Tyndale a la Reforma y al desarrollo de la literatura inglesa no puede ser subestimada. Él cumplió un papel vital en el plan providencial de Dios en la historia.

Todo esto tuvo un costo, por supuesto. A pesar de huir de Inglaterra por puertos seguros para poder terminar su proyecto de traducción, Tyndale fue traicionado por un hombre llamado Henry Phillips, entregado a las autoridades y declarado un hereje. Fue ejecutado por estrangulamiento, y su cuerpo quemado, pero esto no fue inesperado para Tyndale, pues sabía que tarde o temprano el Señor lo llamaría a casa. Aunque durante sus viajes anhelaba volver a Inglaterra, él sabía lo que significaba sufrir por una mayor gloria, y la gloria no de sí mismo, sino solo la de Cristo. Cuanto más tiempo dedicaba a traducir la Palabra de Dios, más alivio y paz hallaba en ella, porque el Dios en quien se había consolado no era el dios del romanismo, sino el verdadero Dios de la Sagrada Escritura.

La fecha de su martirio fue el 6 de Octubre de 1536, y antes de su ejecución pública, oró en voz alta: “¡Señor, abre los ojos del rey de Inglaterra!” Incluso en la cara de la muerte, como un hombre humilde llevado a la masacre, imitó a Cristo e intercedió por sus perseguidores.

El testimonio fiel de Tyndale

El legado de Tyndale todavía vive hoy, no solo en nuestros libros de historia, sino en nuestras Biblias inglesas, en la prosa de Shakespeare y en el idioma inglés de la anglosfera. El testimonio de su vida también nos habla, sin importar nuestra lengua materna, exhortándonos a obedecer la Escritura, porque su vida fue un reflejo de la enseñanza bíblica. Y aunque no fue perfecto, él fue un testigo fiel habilitado por la gracia y la fuerza de Dios. En esta valiente vida encontramos cuatro lecciones que la Iglesia debe abrazar: el corazón misional para ver la palabra de Dios proclamada sin ninguna barrera comunicativa; la negación de sí mismo para seguir el llamado y la voluntad de Dios, y no el futuro que este sistema mundial nos pueda ofrecer; el testimonio fiel de rendirse a la Palabra de Dios como la autoridad final para todo cono- cimiento; y la refutación de todas las enseñanzas falsas para que la verdadera tesis de la Palabra de Dios pueda ser conocida por todas las personas.

El problema que Tyndale percibió en Inglaterra no fue la falta de enseñanza bíblica (aunque había suficiente falsedad para todos), pues él podía leer y enseñar la Biblia en sus idiomas hebreo, griego y latín, sino más bien la falta de accesibilidad del pueblo a la Biblia. Para proporcionar un poco de contexto, Tyndale escribió sobre los varios obstáculos que estaban entre él y la Biblia en ese tiempo:

“En las Universidades han ordenado que nadie mire la Escritura, hasta que haya estado metido en el aprendizaje pagano ocho o nueve años, y armado de falsos principios; con la cual queda totalmente excluido del entendimiento de la Escritura… Y luego, cuando se les permite estudiar divinidad, dado que la Escritura está encerrada con tales falsas exposiciones y con falsos principios de la filosofía natural, de modo que no pueden entrar, se mueven por lo exterior, y disputan toda su vida sobre palabras y opiniones vanas…”

Te puedes imaginar ahora lo difícil que era para las personas tener acceso a una Biblia en su propio idioma: las autoridades de la iglesia lo hacían casi imposible, las universidades no eran de ayuda, y si no sabías los idiomas bíblicos, o el latín, entonces solo quedaba un grupo élite de pocas personas que dictaban lo que la Palabra de Dios enseñaba. Sin embargo, Tyndale no se contentó con esto, la ardiente pasión de su corazón misional fue ver a un humilde labriego leer la Escritura en su propia lengua, y ver la Palabra de Dios proclamada a todas las personas, sin importar su idioma.

Tal vez podríamos pensar que no enfrentamos un problema similar al de Tyndale, que debería mejorar nuestros esfuerzos misionales, especialmente con organizaciones como los Gideons International y la Sociedad Bíblica Canadiense, las cuales proporcionan Biblias en varios idiomas. Sin embargo, la verdad del asunto es que en nuestra sociedad pagana, tenemos que traducir el evangelio en términos que la gente pueda entender. Después de todo, no se puede hablar del pecado, de la salvación y de la redención, ya sea de la persona o de todo el orden creado, sin explicar su significado dentro de la cosmovisión cristiana; de lo contrario, estos términos podrían ser reinterpretados por el no creyente desde su cosmovisión religiosa. Es nuestro deber demostrar la verdad de la Escritura, pero hacerlo con claridad, sin hablar por encima de su entendimiento. La verdad bíblica, sin embargo, no es totalmente nueva para el no creyente, aunque tal vez no sea consciente de ello, en virtud de ser creado a imagen de Dios, la verdad del evangelio resonará en su corazón.

Debemos hacer todo lo posible, por lo tanto, para proclamar todo el consejo de Dios, para dejar en claro la voluntad de Dios y los propósitos de la creación revelados en su Palabra, y para enfatizar nuestra necesidad de reconciliarnos con nuestro soberano y justo Creador a través de nuestro Señor Jesucristo, quien pagó nuestra deuda de pecado en su totalidad. Este era el corazón misionero de Tyndale: que el hombre conociese a Dios, no solo por medio de la revelación natural, y no a través de la mediación ilegítima del Papa, porque claramente los efectos noéticos del pecado nos han alejado, sino a través de la Palabra vivificante y personal de Dios, para que por la iluminación del Espíritu Santo podamos conocer la verdad.

Tyndale también nos ofrece un retrato de su propia vida, del hombre que lleva su propia cruz (Mateo 16:24-26). Como sacerdote y erudito, competente en siete idiomas y hábil en debates, hubiese tenido una exitosa carrera en la Iglesia católica, tal vez convirtiéndose en obispo, arzobispo, o quién sabe qué más. Habría sido bien cuidado, ampliamente elogiado, localmente celebrado, pero aunque esta era la ambición de muchos, no lo era para Tyndale. Si hubiese estado dentro de la voluntad de Dios que recibiese tales elogios, no le habría importado, pero viendo que no vaciló en su llamado y que continuó incluso bajo persecución, es evidente que la ambición vana no era el deseo de su corazón, sino ver la voluntad de Dios por encima de todo. Fue llamado a corregir un error, convencido de llevar a cabo su proyecto, ya fuera encarcela- do o libre, porque mientras la verdad de la Palabra de Dios fuera atacada, y mientras el pueblo no tuviese acceso a ella para saber por sí mismo todo el consejo de Dios, él no cede- ría, sino hasta que hubiese cumplido su llamado.

De la misma manera, debemos imitar a Tyndale, nuestro hermano en la fe que está ahora en la presencia del Señor, negándonos nuestras pasiones y ambiciones egoístas, para dejar de lado como inútil el futuro que este mundo pecaminoso nos pueda ofrecer, y para poner nuestras manos al arado con el fin de cumplir la voluntad y el propósito de Dios para nuestras vidas. Eso no quiere decir que debamos vivir en el exilio, o que debamos evitar las vocaciones en la esfera pública, sino que debemos poner la voluntad de Dios por encima de nuestra voluntad, servirle donde quiera que nos lleve, sin temor de un posible castigo por hacer conocer el evangelio a todos los hombres, y aplicando nuestra fe a la plaza pública. Si Tyndale hubiese podido llevar a cabo su proyecto y reforma dentro de la Iglesia católica, lo habría hecho; por eso había pedido el apoyo del obispo Tunstall, pero fue la voluntad de Dios que huyera, sufriendo junto con los protestantes por una mayor gloria, y por el avance del reino de Dios, sin impedimentos de falsas enseñanzas. De manera similar, debemos estar dispuestos a servir a nuestro Señor, venga lo que venga, porque servimos a un “Monarca benevolente”,24 quien reina y gobierna sobre toda la creación, y ser usado como un instrumento para su gloria debe ser el deleite más maravilloso. Aunque no recibamos elogios por nuestros logros, Jesús nos asegura: “tu Padre que ve en secreto, él te recompensará” (Mat. 6:4).

Tyndale también fue un fiel testigo de la autoridad bíblica. Insistió en la autoridad de la Palabra de Dios. De hecho, como dejó claro en su crítica de las universidades de su tiempo, él creía que la Palabra de Dios era la autoridad final para todo conocimiento. Como él mismo escribió: “Percibí cuán imposible era establecer a los laicos en cualquier verdad, a menos que la Escritura fuera claramente presentada ante sus ojos en su lengua materna”. Esta perspectiva de la Escritura estaba, esencialmente, en la raíz de la Sola Scriptura, pero pasarían muchos siglos más hasta que esto se desarrollase plenamente. Podemos agradecer al teólogo Cornelius Van Til (1895-1987), por ejemplo, quien ayudó a desarrollar una comprensión reformada de la relación de las Escrituras con la epistemología y la metodología apologética. Él escribe, acerca de la autoridad bíblica, que:

“La Biblia está en el centro no solo de cada curso [del seminario], sino del currículo en su conjunto [el teísmo cristiano como una unidad]. La Biblia es considerada como autoritaria en todo lo que habla. Además, habla de todo… ya sea directamente o por implicación… Esta perspectiva de la Escritura implica la idea de que no hay nada en este universo en lo que los seres humanos puedan tener información completa y verdadera a menos que tomen en cuenta la Biblia”.

En otras palabras, la Biblia no solo nos habla de Cristo y de su obra expiatoria para la humanidad, sino también de quién es Dios y de dónde vino nuestro universo. Nos da historia, y también una filosofía de la historia. Esencialmente, si la Escritura no es nuestro punto de partida para todo conocimiento, aunque podemos afirmar que sabemos cosas, no podemos explicar cómo sabemos las cosas, o cómo podemos dar sentido a las cosas. Todos tenemos algo que consideramos nuestra máxima autoridad autorreferencial, podría ser la palabra del hombre (su racionalidad), algún otro libro religioso (el Corán, los Vedas, el Canon Pali, etc.) o las Escrituras cristianas. Lo que Tyndale consideraba verdadero, lo que los reformadores consideraban verdadero, y lo que sigue siendo verdadero a pesar de nuestra sociedad pagana actual, porque Dios es verdadero, es que solo a partir de las Escrituras cristianas puedes conocer verdaderamente. Debemos, de la misma manera, adoptar las mismas presuposiciones de la Escritura, porque como Palabra de Dios es moralmente vinculante y verdadera para todas las personas, sin importar sus propias creencias personales.

Por esta razón, Tyndale trató de traducir la Palabra de Dios al inglés, para no refutar él solo las falsas enseñanzas del romanismo, sino habilitar a otros para leer la verdad de Dios y corregir la falsedad para las generaciones venideras. Él era un defensor de la fe de una manera que todos los cristianos debían ser, refutando cualquier filosofía de la vida y cual- quiera de sus subcomponentes que sean contrarios a la filosofía de la Escritura, y dejando claro cuál es realmente la verdad de Dios. Por lo tanto, la Palabra de Dios es la verdadera “tesis”, y cualquier cosa contraria a ella es la “antítesis”, y no importa lo que el hombre diga en un esfuerzo por defender una “verdad” diferente, como criatura, está sujeto a su Creador, y no puede borrar o remodelar la creación de Dios como crea conveniente. En el espíritu de la Reforma, aferrándonos a las cinco Solas que están arraigadas en la Escritura, reivindiquemos “la filosofía cristiana de la vida contra las di- versas formas de la filosofía no cristiana de la vida”, y como el apóstol Pablo escribió a la Iglesia griega de Corinto, “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor. 10:5).

Aunque olvidado por la mayoría, como el historiador Teems afirma, el legado de Tyndale sigue vivo. Vive con cada traducción de la Biblia en inglés y con cada expresión “tyndaliana” que usemos. Que su vida y su martirio nos inspiren a vivir una vida plenamente entregada al servicio de nuestro soberano Señor Jesucristo, proclamando las buenas nuevas del evangelio a toda la creación, defendiendo la verdad y ex- poniendo la mentira, y glorificando a Dios solamente (Soli Deo Gloria) en todo lo que hagamos mientras nos deleitamos en cumplir su voluntad, la voluntad del Dios Trino de la Escritura. Como Tyndale había escrito: “No hay trabajo mejor que agradar a Dios; derramar agua, lavar platos, ser zapatero, o apóstol, todos son uno; lavar platos y predicar son todos uno, si se hacen para agradar a Dios”.

Steven Martins es Apologista y Escritor en el Ezra Ins- titute for Contemporary Christianity. Tiene una Licenciatura en Administración de Recursos Humanos de York University (Toronto, Canadá), y está estudian- do para obtener su Maestría en Artes en Apologética Cristiana en Veritas Evangelical Seminary (Santa Ana, California, USA). También escribe artículos para Coalición Por El Evangelio. Steven está casado con su esposa Cindy, y vive en Toronto.

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