REFORMADORES POCO PROBABLES: GIROLAMO SAVONAROLA LAS PRIMERAS INCURSIONES EN FLORENCIA

Por Gerry Wisz

Reforma Siglo XXI, Vol. 11, No. 1

Savonarola llegó por primera vez a Florencia en 1482, cuando aún no tenía los 30 años de edad. Debía asumir sus responsabilidades como instructor principal en teología y conferencista de las Escrituras en San Marco, el convento dominico que, al igual que numerosas iglesias y órdenes en la ciudad, estaba patrocinado por Lorenzo de’Medici, el político rico y astuto que se las había arreglado para ocupar su puesto como mucho más que el primero entre iguales en la República de Florencia, y que era un patrocinador sumamente generoso tanto de las artes como de la religión.

No pasó mucho tiempo antes que el joven Girolamo se destacara entre sus hermanos dominicos por su santidad y por su agudeza teológica. Sus estudiantes en el monasterio escuchaban absortos sus enseñanzas. Uno de ellos escribió, «Sus enseñanzas… levantaban los corazones de los hombres por encima de todas las cosas humanas y les hacía arder con un gran amor por Dios». Y en otro lugar escribió, «Desde la época de los primeros Padres de la Iglesia, nadie le igualaba en la enseñanza de los libros sagrados». A oídos de los florentinos sus palabras parecían, aún con la crudeza típica de la zona de Ferrara, como dichas por uno que hablaba con autoridad, a diferencia de la predicación altamente retórica que caracterizaba a su época. Y así, habiendo ganado una reputación como hombre santo y preparado, Savonarola fue invitado en 1484 a predicar los Sermones de Cuaresma en San Lorenzo, la iglesia esplendorosamente ornamentada de los Medici. Aunque era un maestro dotado y amable entre los frailes, la primera incursión de Savonarola en el ministerio público en Florencia fue menos que espectacular. De hecho, los sermones de Cuaresma fueron un desastre.

¿El púlpito o el escenario?

Para Savonarola aquella incursión representó una batalla pues no estaba acostumbrado a aquellos ambientes tan espléndidos y tampoco a dirigirse a una audiencia tan grande. Además, su acento de Ferrara —la Italia del Renacimiento estaba plagada de dialectos— causó que la congregación se riera audiblemente en varias ocasiones. La congregación florentina, sofisticada y habituada al arte —y que acostumbraba clasificar sus predicadores en «reseñas críticas» como si fuesen artistas que se presentaban en Broadway (y muchos de ellos sí lo eran)— pronto dejó vacío el amplio santuario para irse a escuchar los sermones de Cuaresma en otra parte, dejándole a Savonarola, como más tarde él diría, «unos pocos hombres simples y algunas mujeres pobres» como sus únicos oyentes. Dos años más tarde fue invitado a predicar los sermones de Cuaresma en San Gimignano, un suburbio de Florencia, y esta vez pareció mejor preparado, no solamente con su texto, como siempre lo estaba, sino también con su voz, expresiones y dicción. Se había adaptado para ser escuchado.

Savonarola fue trasladado una vez más en 1487, esta vez a San Domenico en Bologna, donde se le asignó el cargo de «maestro de estudios»; también enseñó en la universidad de la localidad incluyendo en sus programas de posgrado. En el lapso siguiente de dos años Lorenzo de’Medici le escribiría al General de los Dominicos solicitando el regreso de Savonarola. Es poco probable que Lorenzo el Magnífico, título por el que se le conocía, anhelara nuevamente la predicación de Savonarola. Probablemente él estuvo entre los primeros congregantes en salir de San Lorenzo después de unos pocos sermones durante la Cuaresma de hacía cinco años, entrecerrando sus ojos y dibujando una sonrisa maliciosa frente al ordinario fraile de Ferrara. De hecho, probablemente ni sabía que el hombre que ahora estaba requiriendo fuese el mismo del que se había alejado unos años antes.

El Conde Pico della Mirandola, un humanista preparado cuyos escritos habían atraído la atención de Roma por su fuerte olor a herejía y que estaba siendo buscado por sus cuestionamientos, se había alojado en la ciudad de Lorenzo y muy pronto se convirtió en uno de sus amigos favoritos disfrutando así de la protección de Lorenzo el Magnífico. Della Mirandola, quien había escuchado a Savonarola predicar en más de una ocasión, lo recomendó ante Lorenzo quien, siguiendo rápidamente el consejo del humanista, mandó llamar a Savonarola. La ironía de esta invitación se pondría de manifiesto unos años más tarde cuando, después de la muerte de Lorenzo, Savonarola se puso al frente del movimiento que buscaba asegurar que los Medici no regresaran jamás al poder en Florencia. 

Una Segunda Ocasión 

Cuando Savonarola regresó a Florencia en 1490 era un hombre totalmente diferente. Ahora era un hombre plenamente formado en su teología y tenía más confianza en sí mismo, también había adquirido mucha experiencia en una gran variedad de púlpitos. De regreso en el convento de San Marco sus habilidades y santidad pronto le elevaron a la posición de Prior en un breve período de tiempo luego de su regreso. Esto le llevaría no sólo a diferentes púlpitos en la ciudad sino también a varias reuniones con las clases gobernantes y los intelectuales, donde pronto dejaría su marca y la fortaleza de su personalidad. Uno puede decir que la teología de Savonarola, junto con su status de Prior que le colocó lo suficientemente cerca de la plana mayor de Florencia, fueron el principal catalítico para su aplicación de la Palabra tanto en la vida privada como pública en Florencia. 

Entre las primeras cosas que no hizo al regresar fue visitar a Lorenzo. Visto como un acto arrogante por muchos (especialmente por Lorenzo), la ausencia de Savonarola en la corte de los Medici era ya un mensaje que estaba comunicando: la Palabra de Dios no puede ser encadenada por nada, incluyendo el favor de patronos acaudalados. Sus sermones de Adviento de 1490 (completados en Enero de 1491) fueron un agudo contraste con los sermones de Cuaresma de 1484. Savonarola estaba ya dejando su marca en la congregación de San Marco, que comenzó a llenarse de parroquianos que venían a escuchar los sermones de Adviento. Luego fue invitado a predicar 18 sermones de Cuaresma en la catedral de Florencia en 1491.

Aquellos que lo invitaron probablemente ya tenían una idea de lo que escucharían, pero el fraile de Ferrara los sorprendió incluso a ellos. Savonarola puso el dedo sobre la llaga denunciando al clero descuidado e inmoral, la usura y las transacciones fraudulentas, la avaricia y el darles malos ejemplos a los hijos; denunció la honra a los ricos solo por el hecho de ser ricos, la apatía y la compra de misas para capillas familiares. En su sermón número 17, citando Mateo 21:13, proclamó que tanto los sacerdotes como los laicos habían convertido la casa de Dios en una cueva de ladrones, especialmente alrededor de los días de las festividades religiosas.

Savonarola estaba denunciando la práctica ya habitual. Por años, los hombres jóvenes habían entrado las órdenes eclesiásticas como un medio para obtener influencia política por vía de los nombramientos o al menos un estilo de vida cómodo. Además, las familias pudientes —por toda Italia, no sólo en Florencia— compraban espacio en las iglesias grandes para mandar a construir capillas y altares que estaban llenos de sus escudos de armas y también contrataban sacerdotes para decir misas privadas para la familia y sus parientes ya fallecidos.

Sin dar marcha atrás

Después de algunos de estos sermones cinco eminentes ciudadanos fueron a visitar a Savonarola para pedirle que bajara el tono. Lauro Martínez, el biógrafo más reciente de Savonarola, dice que es obvio que esto no tuvo ningún efecto en la predicación del fraile, pues los siguientes sermones no dejaron de suscitar reacciones, aunque en su debido contexto. Siempre comenzando con la Escritura, Savonarola combinó sus ataques y críticas con la enseñanza del amor de Dios, la necesidad de conocer y responder a la Escritura, el poder del sacrificio de Cristo para perdonar el pecado y la necesidad de la fe y la gracia. Todo esto fue presentado, requerido y se pidió que se requiriera de otros, en lugar de decirles simplemente a los oyentes que se conformaran con los rituales religiosos ceremoniales, con la ignorancia, con los «sacerdotes ladrones» y su codicia por alcanzar puestos lucrativos, la compra y venta de oficios eclesiásticos, la lascivia clerical, la sodomía, la opresión hacia los pobres y los impuestos injustos —en un nivel que todos pudieran entender—.

El orgulloso Lorenzo comenzó a lamentarse de haber traído al fraile de Ferrara, a quien ahora reconocía de su experiencia en Florencia. Expulsar a Savonarola de la ciudad requeriría el acuerdo para ese fin tanto por parte del gobierno florentino como de los superiores clericales del fraile. Y aquello no era posible —al menos no todavía—. Lorenzo actuó entre bastidores. Pronto después de los sermones, Mariano de Genazzano, un fraile agustiniano erudito y muy conocido, comenzó a predicar sermones en San Gallo, otra iglesia patrocinada por los Medici, sobre la tontería de pretender saber el futuro, citando a Savonarola por nombre, y como tales instigaciones llevarían a la población hacia la sedición. Esto fue en respuesta a Savonarola, porque en su llamado al arrepentimiento insistió en que Florencia abandonara sus pecados y «pusiera su mirada en Cristo, quien les llama desde los cielos»; de otra manera, «este lugar no será llamado más Florencia sino vileza, sangre y cueva de ladrones». Las palabras de Genazzano cayeron a tierra. Los ataques personales fueron vistos de ese modo y no pasaron más allá del borde de su ornamentado púlpito.

Un preter-reformador 

En el grupo de estatuas conocidas como el Luther Denkmal en Worms, donde el Reformador compareció ante la Dieta, hay una figura similar a Savonarola —vestida totalmente con el atuendo clerical romano— sentado a los pies de Lutero en compañía de Wyclif, Hus y Pedro Waldo. Lutero dijo de él, «Aunque el anticristo ha condenado a Savonarola, Dios lo ha canonizado en nuestros corazones». Por supuesto que Lutero se estaba refiriendo al martirio del fraile —que aún se halla a varios años de distancia en esta narración—. Puede ser que no podamos coincidir completamente con Lutero sobre la identidad específica del anticristo en la actualidad, pero podemos asumir que el Reformador se estaba refiriendo a algo más que el llamado de Savonarola al arrepentimiento a un clero amante de los lujos, inmoral y auto-indulgente que supuestamente debía enseñarle al pueblo de Dios a vivir de una manera exactamente opuesta a la que ellos mismos estaban viviendo.

Savonarola llamó a la reforma en el interior y desde dentro; seguramente no se le ocurrió que pudo haber hecho tal llamado de alguna otra manera —y tampoco sucedió así, al principio, con los Reformadores más autoritativos—. Pero el clero—con el papel tan importante que jugaban en su impulso reformador—tenía, sin embargo, una parte. Lo que hace de Savonarola un «preter-Protestante» no es solamente su crítica a Roma y la burocracia inmoral que había engendrado (tales críticas no eran poco frecuentes por todas partes en Europa en el siglo XV), sino su confianza completa y absoluta en la Palabra de Dios para cambiar las cosas, y si aquellas cosas se rehúsan a cambiar, para declarar el juicio con toda seriedad en la casa de la fe después que la casa hubiese sido advertida. Ese es un mensaje para cualquier comunidad Cristiana y en cualquier época.

Lo que es más, para Savonarola la Palabra de Dios, como veremos más adelante, no puede ser encadenada por temor de ofender a los políticos, a los líderes de negocios, o a quienes asisten a la iglesia pero que son inmorales y poseen influencia financiera. Si lo fuese, o si se entregara de esa manera, entonces sería algo menos que la Palabra de Dios. Tenía que ser declarada, de hecho proclamada, pero también debía ser aplicada —más que analizada exegéticamente— y debía ser aplicada específicamente. (La exégesis debía ser preparación para la presentación más que la presentación en sí.) Debía hablarle al corazón y llamar al cambio en ese punto, pero no solamente mientras el corazón palpita en el pecho mientras el oyente se encuentra sentado en la banca. Debía también hablar de modo que pudiera ser llevado a las manos, los pies, las palabras y las decisiones de los banqueros de Florencia, los Signoria o líderes de la ciudad, los artesanos, los soldados, los intelectuales y la gente de los negocios pequeños, los esposos, esposas y niños, y sí, a los mismos Medici. La Palabra debía tomar una ciudad y poseerla. Después de todo, la ciudad ya profesaba poseerla o al menos creía que debía ser así. Pero, ¿sería poseída la ciudad por la Palabra? Si las cosas están así de claras, entonces ¿por qué molestarse siquiera? Cualquier cosa inferior a esto sería, para usar una de las palabras favoritas de Savonarola en su predicación, pura «apatía». 

En futuros artículos se nos narrará lo que Savonarola —quien se hallaba, en algunas maneras, abrumado por su propia misión— entendió como una incursión necesaria, pero peligrosa, en el mundo de los hombres —hombres que profesan ser Cristianos— con la única herramienta que creía que valía la pena blandir —la Palabra de Dios— para llevar a cabo justamente esto. Una vez que la hubo sacado y comenzó a hacer cortes con ella, no podía regresarla a su vaina, aún si quería hacerlo.

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