LA VINDICACIÓN DE LA DISTINCIÓN: LA RESTAURACIÓN DEL IDEAL CRISTIANO Y LA DERROTA DEL POST-MODERNISMO

Por P. Edouard

Reforma Siglo XXI, Vol. 8, No. 1

(Este es el tercer artículo de esta serie sobre la corriente pos-moderno y una respuesta Reformada. Esperamos haber ayudado a nuestros lectores estar mejor preparados para el diálogo con el hombre moderno, y de poder comunicar de manera más efectiva el Evangelio hoy.)

Con este artículo final propondré algunas maneras a través de las cuales se puede vencer al modernismo. En la mordaz obra de Allan Bloom, El Cierre de la Mente Americana, el autor señala una observación contundente con respecto a los estudiantes universitarios que ha conocido:

Hay una cosa que el profesor puede considerar como absolutamente cierta: casi todo estudiante que entra a la universidad cree, o dice que cree, que la verdad es relativa… Los trasfondos de los estudiantes son tan variados como los que los EUA pueden proveer. Algunos son religiosos, otros son ateos; algunos son de Izquierda, algunos de Derecha; algunos tienen el propósito de ser científicos, algunos humanistas, profesionales u hombres de negocios; algunos son pobres, algunos son ricos. Están unificados únicamente en su relativismo y en su lealtad a la igualdad… la relatividad de la verdad no es una perspicacia teórica sino un postulado moral, la condición de una sociedad libre, o así es como lo ven” (p. 25).

Normalmente fue después de haber ido a la universidad que uno se convierte en relativista. Antes de los años universitarios la mayoría de los estudiantes simplemente se muestran indiferentes; simplemente no les importa. Generalmente requiere la ayuda de los profesores y el adoctrinamiento en el currículo del nihilismo, el hedonismo y un profuso secularismo para que el estudiante sepa que en realidad es un confundido relativista. Los estudiantes que Bloom conocía eran precoces en este sentido. Ya se habían suscrito al catecismo postmoderno en la escuela secundaria.

No es de sorprenderse que Bloom descubriera que estos estudiantes eran incapaces de defender su credo. ¿Cómo y con cuánta exactitud es que una persona defiende el relativismo en términos absolutos? Digo que no es de sorprenderse porque toda defensa necesita una plataforma sobre la cual levantarse, y todo estándar necesita un punto de partida autoritativo a partir del cual argumentar. La persona cuyo punto de partida es la relatividad absoluta de la verdad no será capaz de invocar la verdad en su defensa; eso sería pedirle a la verdad que se negara a sí misma, que cometiera suicidio. Tarde o temprano tal cosmovisión se debe auto-destruir. De este modo cada cuatro años estos estudiantes reciben una recompensa en idiotez y en supuesta locura.

Comienzo mi entrega final sobre el postmodernismo con esta alusión porque hay algo patético y profético con respecto a la observación de Bloom. Es patético porque demuestra la tragedia de la erudición Americana. Pues, por necesidad, la suerte de nuestras universidades y de nuestra sociedad se halla inextricablemente entrelazada. Es profética porque nos da una visión de hacia adónde se dirige el postmodernismo, y predice porqué el postmodernismo no está aquí para quedarse.

¿Qué puede hacer el justo?

Ha habido sistemas filosóficos en la historia cuya longevidad descansaba en la oscuridad y abstracción de su expresión más bien que en el peso y originalidad de sus ideas, o en sus contribuciones al mejoramiento intelectual. Al ocultar el carácter absurdo de sus vacuidades, daban la apariencia de una verdadera erudición. El Hegelianismo es un buen ejemplo. Tales filosofías eran tan vagamente articuladas que podían ser adoptadas por cualquier escuela y se les podía dar una interpretación que correspondiera a sus propias perspectivas. Es como las células madres, sólo que en sentido intelectual. En nuestro tiempo el postmodernismo ha surgido como un elíxir para los charlatanes académicos. No hay una definición fija para el postmodernismo, lo cual es muy apto dado que una definición sirve para distinguir. Por lo tanto, podemos referirnos al postmodernismo como un vórtice intelectual donde todas las pasadas modas y fracasos intelectuales encuentran su coexistencia en una nueva voz, aunque incoherente. Ha hecho esto de dos maneras muy astutas: (1) colocándose a sí mismo más allá de la crítica de la razón, la precisión, el significado, la verificación y la falsificación, e incorporando todas las antítesis, todas las antinomias, todas las paradojas, todas las contradicciones y todas las ironías; y (2) absorbiendo todas las distinciones. Así, el postmodernismo ha hecho que todos – el ateísta y el teísta, el liberal y el libertario, el creacionista y el Darwinista, el relativista y el absolutista, la ley y el criminal, el Cristiano y el secularista – digan “creemos en la misma cosa.” El postmodernismo, entonces, es más que una escuela de pensamiento; es en verdad una condición, un estado de la mente para ser exactos. Es la religión de todas las religiones, el credo de todos los credos, la confesión de todas las confesiones, la academia de todas las academias, y la condición de todas las condiciones. Es un síndrome de deficiencia de sanidad adquirida.

En una conversación con un postmodernista probablemente descubra que tal persona no cree en la verdad de nada; a toda declaración se le puede dar un matiz como para que afirme su opuesto exacto en el mismo contexto. No es tanto que la verdad sea evitada o incluso resistida. Es simplemente que la verdad no recibe reconocimiento alguno; es irrelevante. Todas las definiciones son como líquidos que adoptan la forma del recipiente que los contiene. Ningún significado se delinea de manera clara o fija, de modo que uno pueda decir exactamente en qué punto uno se ha apartado de la verdad de una afirmación a su opuesto. Juzgando a partir de como las casas editoras respetables y los periódicos una vez creíbles rápidamente se están pareciendo al periodismo sensacionalista, la fluidez y las sutilezas pronto pueden ser el estándar universal del discurso en Occidente. Pero por ahora, el mundo todavía no se halla (aún) reordenado de esa manera, de otra forma nadie podría creer en nada desde las etiquetas de alimentos, los letreros en los frascos de medicinas, hasta los reportes del clima, y los resultados de las elecciones y los deportes. Necesitamos la verdad; esperamos la verdad. De modo que el postmodernista inconsistente estará asumiendo el opuesto mismo de la cosmovisión que apoya. Es decir, operará dentro de una cosmovisión dialéctica, donde los opuestos son sintetizados, mientras espera, en realidad insiste, en que usted use una cosmovisión Cristiana donde la verdad es absoluta, y donde el significado es algo fijo. Usted se halla claramente en desventaja. Usted estará en una posición fija y él será como un fluido; usted estará estático y él será dinámico. Todo junto con el postmodernista está observando para asegurarse que usted se empeñe en defender la verdad, y permanezca dentro de los confines del significado establecido. De otra forma le acusará de mentiroso, de decir primero una cosa y luego otra. Pero cuando Ud. le señala a él el mismo vicio, él dirá “pero está bien porque, en primer lugar, yo nunca dije que creía en la verdad.”

G. K. Chesterton describe la mentalidad postmoderna en su libro Ortodoxia:

El Jacobino podría señalarle no sólo el sistema contra el cual se rebelaría, sino (lo que era más importante) el sistema contra el cual no se rebelaría, el sistema en el cual confiaría. Pero el nuevo rebelde es un Escéptico, y no confiará totalmente en nada. No tiene lealtad; por lo tanto, nunca puede ser realmente un revolucionario. Y el hecho de que dude de todo realmente se atraviesa en su camino cuando quiere denunciar algo. Pues toda denuncia implica una doctrina moral de algún tipo; y el revolucionario moderno duda no solamente de la institución que denuncia, sino de la doctrina con la cual la denuncia. De modo que, escribe un libro quejándose de la opresión imperial que insulta la pureza de las mujeres, y luego escribe otro libro en el que se insulta a sí mismo… Como político, afirmará a voz en cuello que la guerra es un desperdicio de vida, y luego, como filósofo, que toda vida es una pérdida de tiempo. Un pesimista Ruso denunciará a un policía por matar a un paisano, y luego probará, por medio de los principios filosóficos más elevados, que el paisano debía haberse matado a sí mismo… El hombre de esta escuela asiste primero a una reunión política, donde se queja de que los indígenas son tratados como si fuesen bestias; luego toma su sombrero y su paraguas y asiste a una reunión científica, donde prueba que prácticamente son bestias.

Sostengo que estamos siendo testigos de una total desintegración, que todo lo deshace y altera, el desarraigo, la destrucción y desaparición de todo orden, normalidad y realidad en el solvente ácido al que se refieren la mayoría de académicos como una “condición” o “reacción.” Esta reacción condicionada es un tipo muy potente de secularismo. Aún cuando el postmodernismo ha estado con nosotros por mucho tiempo, parece como si fuera nuevo. Eso es porque las restricciones bíblicas que anteriormente lo mantenían a raya finalmente están siendo removidas de los varios estratos sociales y académicos, a medida que se debilita la voz de la iglesia. Cualquiera que fuese el valor, vigor intelectual, fibra moral, vitalidad espiritual, o simplemente el simple y llano sentido común que una vez tuvimos como cultura se ha desvanecido. En los días de la cultura decididamente Cristiana, incluso el no creyente promedio era una vez capaz de aplicar un marco de referencia bíblicamente informado con el cual juzgar una conducta o predecir el valor moral de una acción. En una cultura post-Cristiana tendremos, en lugar de eso, la abundancia de inconsecuencia o el fatalismo. Los inconsecuencialistas no miran consecuencia, ningún punto, o ningún significado en nada; nada tiene algún valor inherente, para bien o para mal; simplemente no importa. El fatalista mira la vida como irremediablemente encerrada bajo llave en un curso predeterminado hacia el caos, el desorden y la muerte.

A pesar de su carácter completamente ininteligible y su idiotez, esta “condición” en realidad se presenta a sí misma como el sustituto legítimo para la riqueza una vez invaluable de nuestra herencia Cristiana. El postmodernismo se mira a sí mismo como el pináculo del avance intelectual de Occidente, de tal modo que a menos que uno se suscriba a sus principios, uno es considerado como alguien que ha perdido el contacto con la realidad, alguien que carece de sofisticación y se halla mal informado. Su desventurada trayectoria – así como su disimulado origen – es virtualmente invisible para aquellos que se hallan en nuestras torres de marfil, o los comités asesores de los medios de comunicación quienes se han convencido a sí mismos que el postmodernismo es el símbolo de la libertad, la prosperidad, la iluminación intelectual y la tolerancia.

“Si fueren destruidos los fundamentos, ¿Qué ha de hacer el justo?” (Sal. 11:3). Esta es una pregunta importante que hemos de considerar. El observador astuto ya habrá observado que así como la mujer de Proverbios 14:1, el postmodernismo derriba su propia casa; se refuta a sí mismo; devora a sus propios hijos. Por su misma naturaleza, el postmodernismo está destinado a la auto-destrucción. Los alumnos de esta escuela se rebelan contra la rigidez de la verdad y el significado, no dándose cuenta que la veracidad es el fundamento de la verdadera libertad, y que la honestidad es la base del significado; hacen campaña a favor de la libertad y la justicia sobre la plataforma de la anarquía; demandan el aborto como un derecho, no dándose cuenta que es precisamente la justificación de su muerte. Después de la escandalosa declaración del Gobernador de New Jersey sobre su homosexualidad clandestina, el New York Times reportó: “La línea más dramática que el gobernador posteriormente profirió – ‘Soy un gay Americano’ – fue desarrollada por el grupo y fue una frase evaluada por medio de encuestas y usada para replantear el debate sobre las causas gay de una causa orientada a la liberación sexual a una con respecto a los derechos civiles. En otras palabras, la poco entusiasta “liberación sexual” pertenecía a la infancia del modernismo cuando tales grupos se hallaban aún suplicando la tolerancia del público. El postmodernismo es más audaz, y exige más porque la agenda se ha hecho más consistente, y las fuerzas en su contra han sido neutralizadas. Esta era no va a admitir que la homosexualidad, el matrimonio entre miembros del mismo sexo, la eutanasia, el aborto, y la filosofía de que Dios ha muerto son todas ideas y acciones suicidas. Se rehúsan a admitir eso porque la antítesis a estos males es el Cristianismo bíblico. Al buscar libertad de los grilletes de la ley de Dios, el hombre postmoderno ha abrazado la libertad para auto-destruirse.

Pero, mientras esperamos que este movimiento se auto-destruya, debemos impedir que sus efectos destruyan a nuestros hijos, nuestras instituciones y nuestra fe. Al preguntar qué debiese hacer el justo, entendamos primero unos pocos hechos con respecto a la iglesia, y luego edifiquemos sobre lo que sabemos acerca del postmodernismo. Comencemos con esta simple pregunta: Cuando escudriñamos la historia de la iglesia, ¿qué fue lo que la hizo fuerte, y qué la hizo débil? La respuesta simple a esa pregunta no es “Dios.” No es el “pacto,” no es la “Biblia,” y no es la “asistencia a la iglesia,” o “los sacramentos.” La respuesta simple es “la distinción.” La historia redentora muestra que Israel fue a menudo severamente juzgado y parcialmente destruido mientras se aferraba firmemente a todo lo anterior, cuando perdía el sentido de sus marcas de distinción en el mundo. Regrese y mire que todos los juicios de Dios llegaron cuando la distinción se hacía borrosa, o cuando era borrada. Satanás prevalecía en la iglesia cuando tenía éxito haciendo que el pueblo de Dios olvidara quién es Dios, lo que Dios ha hecho, lo que Él ha dicho, y quién era la iglesia como resultado. La iglesia era fuerte cada vez que se aferraba a la distinción, y se hacía débil cada vez que renunciaba a ella. Una y otra vez Dios le enfatizaba a Israel que debía ser un pueblo distinto, diferente, consagrado y separado, puesto aparte para un llamado singular, que se distinguiría por una ética, una historia, una ley y un destino superiores. Ese llamado distintivo se resume en el código supremo de santidad similar a la de Dios. Aún cuando estuviese envuelto en las mismas actividades banales de las naciones circunvecinas – tales como recoger la cosecha, sembrar, cortarse el pelo, tener intimidad romántica, discutir, comprar y vender, etc. – la iglesia debía de mantener un distintivo carácter pactal. Su distinción era su armadura, su seguridad y su gloria. Hablamos de las señales de la verdadera iglesia en términos de Palabra, sacramentos y disciplina. Israel también tenía tres: distinción, distinción y distinción tal y como son definidas por el Libro del Pacto.

El postmodernismo es un eminente enemigo del Cristianismo porque consigue destruir todas las formas de distinción, socavando así la vitalidad misma y una señal clave de la iglesia. Por lo tanto, la manera de combatir esta cosmovisión es restaurar la insistencia de la iglesia en los absolutos: absoluta autoridad, absoluta verdad, moralidad absoluta y hechos absolutos. Nuestro éxito yace en la restauración de las distinciones categóricas y pactales. En tanto que la filosofía postmoderna ejerza influencia, será imposible para la iglesia hablar con autoridad, y confesar libremente las demandas de Cristo. Que no haya error: un mundo sin distinción es un mundo sin verdad, absolutos o autoridad. Por lo tanto, tal mundo no puede tener lo correcto vs. lo erróneo, la verdad vs. la falsedad, la justicia vs. la injusticia, el creador vs. la criatura, el cielo vs. el infierno, el pasado vs. el futuro, el hombre vs. la bestia, los niños vs. los adultos, etc. La existencia de Dios (o del diablo) en tal mundo es tan irrelevante como su no-existencia. El Cristianismo no puede buscar la co-existencia y la colaboración en tal mundo. Por lo tanto, a medida que el conflicto alcanza su cúspide, una de estas dos cosmovisiones tendrá que ser vencida. Se debe estar en contra del postmodernismo de manera pronta, decisiva y triunfante. En un mundo donde no hay distinción, ni autoridad, ni exclusividad, ni verdad última alguna, ninguna voz puede jamás emerger como el único: “Camino, Verdad y Vida,” “Pan de Vida,” “Luz del mundo,” “Buen Pastor,” etc., porque eso elimina a todas las otras religiones y demandas religiosas. De este modo, el Cristiano es visto como alguien que profiere declaraciones intolerantes, odiosas y blasfemas; y comete una ofensa traicionera e imperdonable en contra del interés del nuevo orden mundial colectivo. Por lo tanto, el Cristianismo ha sido señalado, de manera particular, como el enemigo de todo el mundo.

Las naciones occidentales están peleando, aparentemente, una “guerra global contra el terror”; pero al mismo tiempo están peleando una guerra local contra la Fe global. Tristemente, la lucha contra la iglesia tiene más aliados, es más resuelta, más fiera, y algunos casos, más exitosa. Se salen de su sendero habitual para apaciguar a los Musulmanes, no vaya a ser que alguien piense que son intolerantes con el Islam. No van a censurar al Islam, pero quieren hacerlo con el Cristianismo. Escuchamos de todas las clases de “sitios sagrados” que deben ser protegidos, y de “hombres santos” con quienes se debe ser condescendiente. No obstante, al mismo tiempo, estos líderes hacen campaña para destruir al Cristianismo por medio de las políticas que apoyan, buscando como unirlo en matrimonio con las otras religiones. Pero eso es para destruirlo. Es como legislar que de ahora en adelante los peces y las aves deben vivir en el mismo lugar.

¿Dónde se encuentra la fortaleza del postmodernismo? ¿Qué es lo que lo hace fuerte? Si la extinción de la distinción, y por tanto, la aniquilación de la verdad, es la fortaleza del postmodernismo, es lógico que la restauración de la distinción, y el resurgimiento de la verdad, será su caída. La historia redentora dice que estamos en lo correcto. Pero, ¿cómo hacemos eso? Aquí, muchos Cristianos fallan porque señalan al enemigo erróneo. El enemigo no es el globalismo, o el mero liberalismo, el igualitarismo, o el relativismo, etc. Esos son únicamente efectos de una causa antecedente mucho más profunda y penetrante. Debido a que el surgimiento del globalismo es virtualmente coincidente con el postmodernismo, muchos, erróneamente, equiparan a ambos, o les asignan una relación causal. El globalismo no es el enemigo, aunque sin duda sirve como un medio conveniente para el intercambio y la proliferación pronta de ideas. Pero, una vez más, dado que también facilita la predicación global del evangelio, es difícil de convertirlo en criminal. No podemos cortar la rama en la que estamos sentados.

La Pelea Mundial vs. la Huída del Mundo

En el Salmo 11, la huída del mundo ciertamente no era una opción para David. Ni debiese serlo para nosotros. Sin embargo, para muchos eso ha sido una opción atrayente, con desastrosas consecuencias. Por muchas razones, es probablemente imposible para la Iglesia de hoy convocar el tipo de reunión ecuménica que una vez tuvimos en Nicea, por ejemplo. Eso quiere decir que, seguiremos teniendo discusiones locales e implementaremos iniciativas locales que no llegan más allá de los estrechos confines de nuestras denominaciones. Pero, incluso en esa medida, podríamos ciertamente hacer lo suficiente para hacer una diferencia en esta generación, y ciertamente lo suficiente como para implementar una Reforma entre nosotros mismos. Al sondear los últimos 50 años de historia, y criticar el involucramiento de la iglesia en el mundo, dos patrones han emergido: (1) la retirada casi completa del testimonio Reformado de los asuntos del mundo. (2) Nuestras energías, recursos y publicaciones ha sido asignados a asuntos internos, y en su mayor parte para peleas y riñas. Cuando la iglesia actual tiene alguna voz de involucramiento en la arena pública, ¡o es la voz de los Arminianos o es la voz de Roma! Por lo tanto, hemos creado un vacío que el paganismo, el Cristianismo sincrético y el evangelio del menor común denominador han llenado. Al reflexionar en el libro de Jonás, Jacques Ellul hace una interesante observación:

Quizás los no-Cristianos no esperan mucho de los Cristianos. Pero en todas las cosas que pasan les despiertan y obligan a tener parte en el drama. Ellos les despiertan, i.e., hacen que los Cristianos vean lo que en realidad está sucediendo. Algo sorprendente incluso con respecto al Cristiano activo es que nunca tiene más que una idea vaga de la realidad. Está perdido en el sueño de sus actividades, sus buenas obras, sus coros, su teología, su evangelización, sus comunidades. Camina siempre en los bordes de la realidad. Mira la tormenta desde fuera, no como alguien que está en el bote, aún cuando sus intenciones, a diferencia de las de Jonás, sean buenas. Son los no-Cristianos los que tienen que despertarle de su sueño para compartir de manera activa una suerte común. Una vez más tenemos aquí una situación cotidiana. Es el Nacional Socialismo y el Comunismo los que han despertado, y todavía despiertan, a la Iglesia. ‘¡Clama a tu dios! Quizá el dios tenga un pensamiento para nosotros.’ El pagano se dirige a la iglesia inútil con un tono de desdén, pero no debe pasar por alto oportunidad alguna. Por cierto que esto no es fe, pero al menos es un experimento. El mundo pone a prueba a Dios y a los Cristianos cuando lo necesita, y esta prueba ata el drama alrededor de los Cristianos. Ya no tienen derecho alguno de alejarse, a no aceptar. Son involucrados de manera intencionada por parte de los no-Cristianos, y Dios usa a los no-Cristianos para este fin (El Juicio de Jonás, Grand Rapids: Eerdmans, 1971, p.31).

La observación de Ellul es sumamente precisa. Aunque en realidad un segmento del mundo está ocupado buscando como derrocar al Cristianismo, existe también un gran segmento de él que está haciendo todo lo que puede para resolver sus dilemas y amainar sus tormentas, aún cuando sea directamente responsable por aquellas tormentas.

Hay algunos asuntos increíblemente difíciles que han de ser resueltos en nuestro tiempo, asuntos que tienen que ver con los orígenes, la naturaleza, el destino del universo, el estudio de los genomas, la proteómica, ética médica, ética legal, balancear la libertad y la seguridad, los desafíos ambientales, etc. La teología Reformada virtualmente ha desaparecido de casi todas estas categorías en la arena pública. Nuestra filosofía raras veces va más allá de argumentar la existencia de Dios. Los departamentos científicos en nuestras instituciones académicas no se han movido más allá de la retórica anti-Darwin en los últimos 50 años. Esto es patético cuando uno considera que solamente el Cristiano puede ser un científico consistente; y que todos los gigantes en la ciencia adoraron una vez al Dios verdadero. Hemos fallado al no tener como Cristianos una voz autoritativa en las discusiones científicas. Estamos siempre detrás de la vanguardia en la investigación científica, y hablamos de la ciencia principalmente como críticos. No jugamos ningún papel significativo en la experimentación científica, la investigación o las publicaciones.

La misma tragedia ha ocurrido en el campo de la literatura, particularmente en el campo de la crítica literaria. La crítica literaria ha sido la sala de maternidad de casi todo movimiento literario y filosófico en los últimos 50 años – desde la semiótica, el estructuralismo, el deconstruccionismo, el post-estructuralismo hasta el post-modernismo – que ha desafiado el papel y la influencia de la Escritura en la cultura Occidental. Lo que es aún más interesante es que la literatura y la crítica literaria fueron una vez el dominio únicamente de los Cristianos. Hoy eso ha sido generalmente abandonado en las manos del mundo. En la introducción a su obra The Great Code: The Bible & Literature [El Grán Código: La Biblia y la Literatura], Northrop Frye dice:

Mi interés en ella [la Biblia] comenzó en mis primeros días como instructor asociado, cuando me vi a mí mismo enseñando a Milton y escribiendo sobre Blake, dos autores que eran excepcionalmente Bíblicos, incluso por los estándares de la literatura Inglesa. Pronto me di cuenta que un estudiante de literatura Inglesa que no conozca la Biblia no entiende una buena parte de lo que está sucediendo en lo que lee: el estudiante más concienzudo estará continuamente malinterpretando las implicaciones, incluso el significado. De modo que ofrecía un curso sobre la Biblia en Inglés como una guía al estudio de la literatura Inglesa, y como la manera más eficiente para aprender acerca de mí mismo.

A pesar de haber sido un ministro, Frye probó no haber entendido qué clase de libro era la Biblia. Francamente le hizo un mal servicio. Pero cabe destacar su observación. En la misma introducción posteriormente dice: “Muchos asuntos en la teoría crítica de la actualidad tuvieron su origen en el estudio hermenéutico de la Biblia.” Me refiero a Frye para señalar como los pensadores Reformados han dejado vacante una área clave de un campo de batalla muy importante. Le hemos dejado a los herejes y a los incrédulos la tarea de integrar o profanar la Escritura en la narrativa y en la meta-narrativa de nuestra cultura. Nuestra ausencia ha llevado a donde nos encontramos hoy. Con alguna justificación, Richard Rorty ha argumentado que “en Inglaterra y en los Estados Unidos la filosofía ya ha sido desplazada por la crítica literaria en su principal función cultural – como una fuente para la auto-descripción de la juventud respecto de su propia diferencia con el pasado” (La Filosofía y el Espejo de la Naturaleza, p. 168).

¿Dónde está nuestro liderazgo en la economía, la política, la educación y las artes? Nos quejamos, por ejemplo, de que casi todos los eventos atléticos y artísticos se llevan a cabo los domingos. De modo que, para la juventud Cristiana que es musical o atléticamente dotada, las opciones son: ya sea profanar el Día del Señor para llevar a cabo ese sueño, o simplemente abandonarlo y hacer algo más. ¿Es realmente el caso que nuestros jóvenes Cristianos atletas y músicos no pueden cultivar un talento suficientemente prodigioso como para impulsar a una audiencia cualquier otro día de la semana que no sea Domingo? Ciertamente que pueden. No tenemos que suprimir o profanar. ¿Por qué debiese el mundo establecer la agenda para que nosotros la sigamos? ¿Y por qué debiese el talento musical limitarse a tocar himnos? Los himnos, claro está, son para la gloria de Dios. Pero no ofrecen la forma más sofisticada de entrenamiento musical para nuestra juventud. Podemos hacer más para Dios. J. S. Bach escribió toda su música para la gloria de Dios; y no obstante, su música sigue siendo, hasta este día, el fundamento absoluto del entrenamiento musical para casi todo instrumento. El irritable Hans Von Bülow dijo una vez que el Bien Afinado Libro Uno de Clavicordio de Bach es el Antiguo Testamento del músico; y que el Bien Afinado Libro II es su Nuevo Testamento.

Tome en consideración que el libro más influyente en Occidente en los últimos 500 años ha sido La Institución de la Religión Cristiana, ¡del joven Calvino! El orgullo por la sagacidad intelectual perteneció una vez sólo al Cristiano. ¿Pero, qué hacemos ahora? Dejamos que el criterio establecido por el gobierno nos dicte si nuestros niños están o no están siendo educados. Permitimos que un gobierno que aborrece la definición Cristiana del matrimonio le otorgue licencias a nuestros pastores para que lleven a cabo ceremonias de bodas. Permitimos que un gobierno que tiene el peor registro en administración financiera actúe como nuestro administrador financiero y planee nuestro futuro, y eso sin ningún tipo de desafío de nuestra parte. Algunos Cristianos miran su llamado en esta cultura como nada más que trabajar duro para elegir conservadores a los puestos públicos. Es como si en la iglesia Dios usara el púlpito, pero en el mundo, Él usa a los políticos conservadores para impulsar Su agenda. Nos hemos engañado pensando que la agenda conservadora es la misma agenda de Cristo. En lugar de pedir Cristianos políticos, optamos por políticos que son Cristianos.

Mi punto es que nosotros hemos creado el postmodernismo por nuestra evidente ausencia en el mundo real. Al retirar a Cristo y Su agenda de la arena pública, propiciamos las condiciones para que broten y surjan todos los enemigos, los mismos por los que ahora pagamos, para ser librados de ellos. Y a menos que la iglesia recupere su sitio en la academia, en el campo judicial, las compañías de contabilidad, el laboratorio, las escuelas de post-grado, el tribunal, la sala de juicios, los puestos del gabinete, el parlamento, el Congreso, y sí, el hogar, ¡como Cristianos!, todo lo que jamás haremos es quejarnos.

El enemigo real es una cosmovisión que el Cristianismo Reformado, salvo pocas excepciones, ha dejado sin desafiar permitiendo que crecieran grandes raíces durante buena parte del siglo veinte, mientras que la iglesia se encajonaba en las sombras, envuelta en una escaramuza tras otra dentro de sus muros, dejaba vacante la arena pública, y se retiraba de los salones académicos. Cuando tratamos de regresar a la mesa de discusión encontramos que el lenguaje es impenetrable, las matemáticas, demasiado abstractas, la discusión, demasiado codificada, y todos los campos del aprendizaje, demasiado especializados. Simplemente no podemos darle seguimiento a lo que está sucediendo. De modo que recurrimos a las revistas populares para obtener una visión general, y lo que conseguimos son cosas baratas. ¿Dónde está la grandeza Reformada? ¿Dónde está la erudición Reformada? Roma trató de manera injusta a Galileo, pero al menos estaba consciente de lo que se proponía el afamado científico; y miró a la iglesia como la guardiana apropiada de la verdad, ya fuese en el arte, la ciencia, la filosofía o la teología. ¿Puede la Fe Reformada de mi generación decir lo mismo? Una iglesia que existe solamente en una postura defensiva solamente será una iglesia reaccionaria, no una portadora del estandarte, y no le presentará una antítesis formidable a la agenda secular. Esa iglesia irá de una reacción espasmódica a otra, pero nunca tendrá la habilidad de contraatacar, mucho menos tendrá la temple para batallar de manera preventiva. Tal iglesia permanecerá con sus rodillas dobladas y orará por la liberación del mundo real que solo el rapto puede proveer. Esa no es la postura Reformada. La mentalidad Reformada es aquella que busca llevar todo pensamiento cautivo, no solamente en el salón de clases o en la sala del concilio, donde es seguro hacerlo. Hemos sido atacados. Debemos responder con la misma moneda. El Cristiano Reformado desafía al hombre natural a doblar la rodilla ante Cristo; acusa a los enemigos de Cristo en todo el espacio-tiempo. Habiendo sido intimidado por un mundo feminizado, y habiendo ingerido el vino de la tolerancia y de la sensibilidad cultural, los Cristianos Reformados han olvidado no solo cómo pelear, sino con qué pelear, y porqué pelear. Una manera de derrotar al postmodernismo es que la iglesia recupere su posición de liderazgo en el mundo. No estoy diciendo que lo tengamos porque el mundo lo tenga. Lo estoy diciendo ad fontes. Reclamemos la gloria que una vez le perteneció únicamente a la iglesia. Se han implementado algunas excelentes iniciativas, especialmente en el área de la educación primaria. Pero necesitamos incrementar y expandir aquellos esfuerzos más rápidamente, más eficientemente, y más extensamente para erradicar este cáncer en nuestra cultura.

Mene, Mene, Tekel, Uparsin

Pero, en caso de que se desespere, no es el fin; ni siquiera es tan malo como pudiera ser o ha sido. Ha sido peor. Hemos peleado antes contra este enemigo. De hecho, ha habido épocas más lúgubres en nuestra historia; y Dios siempre ha prevalecido. Él lo hará una vez más. Hubo un tiempo cuando solamente ocho almas fueron consideradas justas en todo el mundo y en la iglesia. Elías pensaba que él era “el único que había quedado,” y en peligro de morir. En un momento nuestro padre David en realidad dijo: “Ayuda, Señor, pues ya no se encuentra el justo; los fieles se han desvanecido de entre los hombres. Todos le mienten a su prójimo.” Sin embargo, los mejores días de la iglesia se hallan por delante. David vivió antes que el Mesías, Pablo, Agustín, Lutero, Calvino, Machen y Van Til nacieran. Pero para David no pudo haber sido peor. El Rey Ezequías debe haberse sentido de la misma manera frente a la amenaza de Senaquerib. En un tiempo el destino de la iglesia pareció descansar en las manos de una renuente reina en el exilio en la corte de un rey pagano. El Marcionismo, el Arrianismo, el Gnosticismo, el Arminianismo, y el Darwinismo, etc., todos han amenazado la verdad antes que el postmodernismo se convirtiera en palabra. Pero al final, “la verdad de Dios permanecerá firme.”

Tened cuidado, mantened la calma y no temáis. No perdáis el ánimo a causa de estos dardos de fuego, debido a la fiera ira de Rezín y Aram, y del hijo de Remalías. Aram, Efraín y el hijo de Remalías han conspirado para llevar a cabo tu ruina, diciendo, “Vamos contra Judá y aterroricémosla, y repartámosla entre nosotros, y pongamos en medio de ella por rey al hijo de Tabeel.” Sin embargo, esto es lo que el Señor Soberano dice: “No subsistirá, ni será… Si vosotros no creyereis, de cierto no permaneceréis” (Isa. 7:4ss).

En Daniel capítulo 2 se halla la bien conocida historia de la gran estatua y la Roca. Aparentemente no hay mayor discrepancia en la Escritura, ni siquiera entre “David y Goliat.” Esa historia a menudo es leída por gente que ve en ella solo una predicción escatológica. En realidad la historia no tiene tiempo. Tome en consideración que la estatua representa la totalidad de los poderes y esfuerzos políticos del hombre, y con ella, la religión del hombre, lo mismo que su filosofía, sociología, ciencia, economía, etc. Y aún cuando estos reinos se desarrollaron en sucesión temporal, Daniel miró su derrota no en una línea de tiempo, sino en un solo marco de tiempo. Cuando la Roca golpeó la estatua de Roma, también conquistó a Babilonia – que se hallaba detrás en el tiempo. “Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra” (Dan. 2:35). Thomas Hardy podría haberle llamado a esto, también, “la Convergencia de los Twain.” El cuadro que Daniel está describiendo aquí es el que encontramos a lo largo de las Escrituras, particularmente en el Salterio, comenzando con los primeros dos salmos. La pregunta no es, ¿cuándo será destruido el postmodernismo? Más bien, es ¿cuándo el postmodernismo (y la iglesia) se dará cuenta que el postmodernismo ya ha sido destruido por aquella Roca? Como Juliano el Apóstata, pronto el postmodernismo dirá, “¡Así que has conquistado después de todo, Galileo!”

Mi punto es que ya hemos estado antes aquí. Y Dios peleará por Su pueblo una vez más. Él prevalecerá a medida que la iglesia mantenga la distinción pactal. Eso significa que debemos abandonar el lenguaje de los Cananitas, los Hititas, los Ferezeos, los Jebuseos, los Amonitas, los Moabitas, los Egiptios y los Amorreos. Él prevalecerá cuando ya no adoptemos los caminos de la gente alrededor nuestro; cuando nuestros hogares, nuestras escuelas, nuestras relaciones, nuestras mentes, nuestro todo sea puesto en pacto para con Él. Aún cuando la mayoría de los padres lamentan los efectos perjudiciales de las industrias del entretenimiento y de los deportes, muchos de nuestros jóvenes siguen idolatrando a los pervertidos del entretenimiento y del mundo atlético; nuestros chicos tienen sus fotografías en sus paredes, y hallan atractivo su necio estilo de vida. Al mismo tiempo, a muchos padres no les importaría que sus hijos tuvieran un gran éxito en la NBA, la NFL, o la NHL, que fueran descubiertos por una agencia de modelaje, o que tuviesen un papel en un comercial de TV o del cine, aún si esto significara no poner jamás un pie en la iglesia el Domingo otra vez, o profanar sus cuerpos en la pantalla de plata o en las páginas de las revistas. Somos presionados con mucha fuerza a encontrar un área donde la juventud Cristiana sea demostrablemente diferente del mundo. La agenda del mundo se ha convertido en nuestra agenda. Los Cristianos no tienen reparos respecto a pertenecer a un partido político o votar por un político que apoya el aborto, o que busca sustituir a la familia con el estado. Dios prevalecerá cuando la iglesia sea transformada por la renovación de su mente; cuando se ponga nuevamente esa armadura; cuando implemente los principios de la Reforma en la totalidad de la vida; y cuando camine como es digno de su llamado. En suma, Dios prevalecerá cuando la iglesia regrese de su actual exilio y se reconstituya como el peculiar tesoro de Jehová, y se comprometa nuevamente a la fidelidad pactal. ¿Dónde están los jóvenes como José y como Daniel en nuestro tiempo que mantendrán la distinción incluso entre los paganos? ¿Dónde están los amigos de Daniel que escogerán la muerte antes que la idolatría? ¿Dónde está el Moisés que nos sacará de la casa de Faraón y con quien atravesaremos el Mar Rojo? ¿Dónde está nuestro Josué mientras nos hallamos ante Jericó? ¿Dónde están los Esdras y los Nehemías que reconstruirán el muro, reedificarán la verdad, y nos enseñarán a amar una vez más la ley? ¿Dónde está el Ezequías que restaurará la apropiada adoración de Dios entre Su pueblo? ¿Dónde están las hijas de la valiente e imponente Débora? ¿Dónde está Josías? ¿Dónde están los Atanasios, los Pablos, los Lutero y los Guido de Br? El legado de estos santos es nuestra herencia. Levantémonos y considerémonos nosotros mismos como dignos de nuestro linaje.

Por naturaleza la Fe Cristiana, y por lo tanto el Cristiano, mira hacia adelante. Como los peregrinos nos orientamos por el camino a casa, siempre esforzándonos hacia nuestro destino y meta finales. Y como los corredores en una carrera, rodeados por una gran nube de testigos, miramos hacia adelante, a la línea de meta. Pero, debido a que la fe que profesamos es también una fe histórica, vivimos dentro de un contexto histórico fijo y con hechos históricos concretos. Esos hechos incluían las antiguas batallas y victorias de los santos que han sido antes que nosotros. En esa historia también vemos el surgimiento meteórico y la resonante derrota de los movimientos que antecedieron al postmodernismo. Somos, en verdad, más que vencedores. La victoria no se halla simplemente en nuestro sendero; ya se encuentra en nuestro pasado. Vivamos entonces a la altura de esa victoria en todas las áreas de la vida. Después de todo, ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría de este mundo? ¡Mas nosotros tenemos la mente de Cristo!

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