EL LEGADO DE CHARLES FINNEY

por Michael S. Horton

Reforma Siglo XXI, Vol. 1, No. 1

Jerry Falwell lo llama “uno de mis héroes y un héroe de muchos evangélicos, incluyendo a Billy Graham.” Yo recuerdo una visita que hice al Centro Billy Graham hace algunos años, y observé el lugar de honor que la tradición evangélica le da a Finney. Esto fue reforzado en la primera clase de teología que tuve en una universidad Cristiana, en la cual era requisito leer las obras de Finney. El cantante Keith Green citaba mucho a su campeón, el evangelista de Nueva York, y la organización “Youth with a Mission” lo estima mucho. Finney es estimado particularmente por líderes de la “derecha” evangélica y de la “izquierda” evangélica en los EE.UU., tanto por Jerry Falwell como por Jim Wallis (de la revista Sojourner’s). Así la influencia de Finney parece haber influenciado movimientos muy diferentes, pero en realidad son todos herederos de él. Esto incluye el movimiento “La Viña” (Vineyard), el movimiento de iglecrecimiento, las cruzadas políticas y sociales, los “tele evangelistas”, el movimiento “Promise Keepers” (Guardianes de sus Promesas) – como un presidente anterior de la universidad Wheaton se regocijaba diciendo: “¡Finney aún vive!”

Todo esto es porque el impulso moralístico de Finney apuntaba hacia una iglesia que en gran medida era agente de reforma personal y social, en lugar de ser una institución que era medio de la gracia de Dios – la Palabra y los Sacramentos – los cuales se ofrecen a los creyentes quienes llevan el Evangelio al mundo. En el siglo 19, el movimiento evangélico llegó a ser identificado más y más con causas políticas – incluyendo la abolición de la esclavitud, legislación contra el trabajo de los niños, derechos de la mujer, y la prohibición de beber alcohol. A principios de este siglo, y con la llegada de muchos inmigrantes Católicos que ponían incómodos a muchos Protestantes, el secularismo comenzó a meterse a las instituciones que los Protestantes habían creado y sostenido durante muchos años – tales como sus universidades, hospitales y organizaciones de caridad. En un esfuerzo desesperado por recuperar este poder institucional y la gloria de una “América Cristiana” (una visión poderosa en la imaginación de muchos, pero ilusoria después que pasó Nueva Inglaterra bajo los Puritanos), los Protestantes lanzaron campañas morales para “Americanizar” a los inmigrantes, aplicar instrucción moral y “la educación de carácter”. Los evangelista promovían su evangelio Americano en términos de su uso práctico para el individuo y la nación.

Es por estas razones que Finney es tan popular. El es la medida más alta en el giro desde la fe ortodoxa recuperada en la Reforma Protestante hacia un evangelio Arminiano (¡mejor dicho, Pelagiano!). La fe reformada se evidenció en el Primer Gran Avivamiento (bajo Edwards y Whitefield), y la fe Arminiana al estilo de Finney se ve desde el Segundo Gran Avivamiento hasta el presente. Para poder demostrar la deuda que tiene la iglesia evangélica de hoy con Finney, veremos primero sus desvíos teológicos. Estos desvíos engendraron algunos de los desafíos más grandes dentro de la iglesia evangélica de hoy – tales como el iglecrecimiento, el pentecostalismo y los avivamientos de carácter social.

¿Quién es Finney?

Rechazando el Calvinismo del Primer Gran Avivamiento, los sucesores de este gran movimiento del Espíritu de Dios volvieron de Dios al hombre, de predicar el contenido objetivo del evangelio (es decir, a Cristo crucificado) a un evangelio cuyo énfasis era llevar una persona a “hacer una decisión”.

Charles Finney (1792-1875) pastoreó en los años justo después del Segundo Gran Avivamiento, como ha sido llamado. Finney era un abogado Presbiteriano, y experimentó un día “un bautismo poderoso del Espíritu Santo” que “me atravesaba una y otra vez como electricidad…y parecía como olas de amor líquido.” Al día siguiente, Finney le informó a su primer cliente que “tenía una comisión del Señor Jesús a defender su causa, por tanto no puedo defender la tuya.” Se negó a asistir al Seminario Princeton (y a ningún otro, tampoco), y comenzó a hacer reuniones de avivamiento en la parte norte del estado de Nueva York. Uno de sus sermones más famosos era “Pecadores Ceñidos en Cambiar sus Propios Corazones.”

La única pregunta de Finney para juzgar cualquier enseñanza era “¿sirve para convertir a los pecadores?” Un resultado de los avivamientos de Finney fue la división de los Presbiterianos de las ciudades de Filadelfia y Nueva York en dos campos – los Arminianos y los Calvinistas. Las “Nuevas medidas” de Finney incluían la “banca de los ansiosos” (precursor del “llamado” en muchas iglesias evangélicas de hoy), tácticas emocionalistas que conducían a desmayos y llanto, otras “emociones” como les decían Finney y sus seguidores. Finney llegó a ser más y más hostil hacia el Presbiterianismo, refiriéndose en la introducción de su Teología Sistemática a la Confesión Westminster y a sus autores de manera muy crítica, como que hubieran creado un “papa de papel”, y que hubieran “elevado la Confesión y el Catecismo al trono papal y al lugar del Espíritu Santo.” Es notable que Finney demuestra qué tan cerca al liberalismo está el Arminianismo de “avivamientos.” Demuestra los mismos sentimientos racionalistas, y tiende a ser simplemente un liberalismo teológico menos refinado. Ambos cedieron ante el racionalismo al exaltar la capacidad racional y moral del hombre natural. Dice Finney:

Que ese instrumento que formó la asamblea (La Confesión de Westminster) deba ser reconocido en este siglo como la regla para la iglesia, o de una rama inteligente de ella, no sólo es de maravillarse, sino – debo decirlo – es ridículo en extremo. Es tan absurdo en la teología como lo sería en cualquier otra rama de las ciencias. Es mejor tener un papa vivo que uno muerto.

¿Qué es el problema con la teología de Finney?

En primer lugar, no hace falta proceder más allá que la página de contenido de su Teología Sistemática para saber que toda la teología de Finney giraba en torno a la moralidad humana. Los capítulos uno a cinco tratan gobierno moral, obligación y la unidad de la acción moral; los capítulos seis y siete tratan “La obediencia total”, y capítulos ocho a catorce tratan los atributos de amor, egoísmo, y virtudes y vicios en general. Uno no lee nada que sea específicamente Cristiano, con su interés en la muerte sustitutiva de Cristo, ¡hasta el capítulo veintiuno! Después siguen discusiones sobre la regeneración, el arrepentimiento y la fe. Hay un capítulo sobre la justificación seguido por seis sobre la santificación. En otras palabras, Finney no escribió una Teología Sistemática, sino una colección de ensayos sobre la ética.

Esto no quiere decir que la Teología Sistemática de Finney no tenga declaraciones teológicas muy significantes. Primero, respondiendo a la pregunta: “¿Deja de ser Cristiano si un Cristiano peca?”, Finney responde:

Cuando uno peca, deja de ser santo. Esto es evidente. Cuando uno peca, debe ser condenado; debe incurrir la pena de la ley de Dios…Si alguien dijera que el precepto de la ley todavía se le aplica pero que con respecto a las penas, para el Cristiano son puestas a un lado o abrogadas, yo respondo, que abrogar una pena es revocar el precepto; porque un precepto sin pena no es ley. Es solamente consejo. El Cristiano, por tanto, no es justificado mientras desobedece; de lo contrario sería verdad el Antinomianismo…En estos aspectos, entonces, el Cristiano que peca y el pecador no convertido paran exactamente sobre el mismo terreno (página 46).

Finney creía que Dios demandaba la perfección absoluta, pero en lugar de buscar su perfección de justicia en Cristo, concluyó que

…plena obediencia presente es la condición para la justificación. Pero de nuevo, la pregunta ‘¿puede el hombre ser justificado mientras perdura el pecado en él?’ De ninguna manera, ni sobre principios legales ni evangélicos, a menos que se abrogue la ley…Pero, ¿puede ser perdonado y aceptado, y justificado en el sentido del evangelio, mientras queda el pecado en cualquier grado? Definitivamente no (página 57).

Con la Confesión de Westminster en la mira, Finney declara en cuanto a la frase de la Reforma “simultáneamente justificado y pecador” – “Este error ha matado más almas, me temo, que la doctrina universalista jamás ha hecho.” Porque, “cuando un Cristiano peca, cae bajo condenación, y debe arrepentirse y hacer las primeras obras o perderse” (página 60).

Regresaremos a la doctrina de Finney de la justificación, pero nótese que ella descansa sobre una negación del pecado original. Esta doctrina es sostenida tanto por Católicos como Protestantes, y dice que todos nacemos como herederos de la culpa y corrupción de Adán. Por tanto somos esclavizados a una naturaleza pecaminosa. Como alguien ha dicho, “pecamos porque somos pecadores”, o sea, nuestra condición pecaminosa determina los hechos de pecar, no al revés. Pero Finney le siguió a Pelagio al negar esta doctrina. Pelagio fue un hereje del siglo quinto, ¡quien ha sido condenado por más concilios eclesiásticos que cualquier otra persona en toda la historia!

Finney creía que el ser humano era capaz de escoger ser corrupto o redimido, y se refirió al pecado original como un “dogma antiescritural y sin lógica” (p. 179). En otras palabras, Finney negó la idea de que los seres humanos poseyeran una naturaleza pecaminosa (ibid). Por lo tanto, si Adán nos conduce a pecar, – no porque heredamos su culpa y corrupción, sino porque imitamos su ejemplo malo – esto lleva lógicamente a ver a Cristo, el Segundo Adán, como quien salva por su ejemplo también. Y esto es precisamente lo que hace Finney al explicar la muerte expiatoria de Cristo.

Lo primero que debemos notar de la expiación de Cristo, dice Finney, es que Cristo no podía morir por los pecados de ningún otro fuera de sí mismo. Su obediencia a la ley y su justicia perfecta fueron suficientes para salvarse a sí mismo, pero no podrían ser aceptadas legalmente en cuanto a otros. Se ve que toda la teología de Finney es impulsada por una pasión por mejorar la condición moral del individuo en este mismo punto: “Si él (Cristo) hubiera obedecido la ley como nuestro sustituto, entonces ¿cómo se puede exigir nuestra propia obediencia como parte de la salvación?” (página 206). En otras palabras, “¿por qué Dios insistiría que nos salváramos a nosotros mismos si la obediencia de Cristo fuera suficiente?” El lector debe recordar las palabras de San Pablo en este respecto, “no desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:21). Parecería que la respuesta de Finney es que está de acuerdo (que Cristo murió ‘por demás’). Pero la diferencia es que ¡él no tiene dificultad en creer ambas premisas!

Por supuesto, esto no es hacer justicia del todo con Finney, porque él creía que Jesús murió por algo – no ‘alguien’ sino ‘algo’. Es decir, murió con un propósito – pero no por un pueblo. El propósito de su muerte era demostrar de nuevo el gobierno moral de Dios y llevarnos a la vida eterna por el ejemplo, tal como el ejemplo de Adán nos incita a pecar. ¿Por qué Jesús murió? Dios sabía que “la muerte expiatoria de Cristo les presentaría las motivaciones más sublimes hacia una vida virtuosa. El ejemplo es la influencia moral más alta que pueda ser ejercida…Si la benevolencia que Dios manifiesta en la muerte de Cristo no doblega el egoísmo del pecador, su caso es sin esperanza” (página 209). Así que, no somos pecadores incapaces quienes necesitamos ser redimidos, sino pecadores desviados quienes necesitamos una muestra de bondad tan profunda que dejaremos el egoísmo. Finney no sólo creía que la cruz de Calvario se debía interpretar en términos de este “gobierno moral”, sino negó explícitamente que la muerte de Cristo fuera sustitutiva, lo cual “…asume que la muerte sustitutiva de Cristo fue un pago literal de una deuda, lo cual hemos visto no concuerda con la naturaleza de la muerte de Jesús…Es verdad, la muerte de Jesús, en sí, no asegura la salvación de nadie” (página 217).

Después viene el asunto de aplicar la redención. Despojándose de la fe ortodoxa de los Calvinistas Presbiterianos y Congregacionalistas, Finney se oponía arduamente a la posición de que el nuevo nacimiento fuera un don divino, insistiendo en que “la regeneración consiste en que un pecador cambia su meta última, su intención y preferencia; o que cambia del egoísmo al amor o benevolencia,” movido por la influencia moral del ejemplo de Cristo (página 22). “El pecado original o constitucional, la regeneración física, y todos esos dogmas parecidos, son todos subversivos al evangelio, y repulsivos a la inteligencia humana” (página 236).

Repudiando el pecado original, la muerte expiatoria de Cristo y el carácter sobrenatural del nuevo nacimiento, Finney procede al ataque contra “el artículo sobre el cual la iglesia se queda en pie o cae” – la justificación por la sola gracia y por la sola fe.

Los Reformadores Protestantes insistían, con base en los textos claros de la Biblia, que la justificación era un veredicto forense, legal (la palabra en el griego significa “declarar justo”, no “hacer justo”). En otras palabras, mientras Roma enseñaba que la justificación era un proceso de cambiar una persona mala en una persona mejor, los Reformadores enseñaban que era una declaración o veredicto que tenía como base la justicia de otro (en este caso la de Cristo). Por lo tanto, era un veredicto perfecto, una vez por todas, al comienzo de la vida Cristiana – no a medio camino o al final.

Las palabras claves en la doctrina evangélica son “forense” (que quiere decir “legal”) e “imputación” (que quiere decir “acreditado” de otra cuenta, en lugar de la idea de ser una santidad “infundida” en el alma). Sabiendo todo esto, Finney declara:

Pero que los pecadores sean pronunciados justos de manera forense es imposible, es absurdo…Como luego veremos, hay muchas condiciones pero sólo una base para la justificación de los pecadores…Como ya se ha dicho, no puede haber ninguna justificación en sentido legal o forense, sino solamente sobre la base de una obediencia universal, perfecta e ininterrumpida de la ley. Esto, Por supuesto, es negado por los que sostienen que la justificación evangélica, o la justificación del pecador arrepentido, es de naturaleza forense o judicial. Estos adhieren al dogma legal que lo que hace un hombre con base en otro lo hace él mismo, así piensan que la obediencia de Cristo puede servir como base para nosotros.

Finney responde a esta posición así:

“La doctrina de la justicia imputada de Cristo, o que la obediencia de Cristo a la ley es reconocida como nuestra, se fundamenta sobre una presuposición sumamente falsa e ilógica.” Porque la justicia de Cristo “no podía hacer más que justificarlo a él mismo. Nunca podía ser imputada a nosotros…Era naturalmente imposible que Cristo obedeciera por nosotros.” Esta “representación de la obra sustitutiva de Cristo como fundamento de la justificación del pecador ha sido la causa de caída para muchos.” (páginas 320-322)

La perspectiva que la fe sola es la única condición para ser justificado es “la perspectiva antinomiana” asevera Finney. “Veremos que la perseverancia hasta el final de la vida es otra condición para la justificación.” Además, “la santificación presente, en el sentido de una presente consagración plena a Dios, es otra condición…para la justificación. Algunos teólogos han hecho de la justificación una condición para la santificación, en lugar de la santificación una condición de la justificación. Pero veremos que esto es un error” (páginas 326-327). Cada pecado requiere “una nueva justificación” (página 331). Refiriéndose a los “autores de la Confesión Westminster”, y su enseñanza de la justicia imputada, Finney se pregunta, “si esto no es el antinomianismo, no sé qué es” (página 332). Estos asuntos forenses no son lógicos para Finney, y concluye diciendo: “Yo considero estos dogmas como fábulas, y más de acuerdo a una novela romántica que un sistema de teología” (página 333). Concluye esta parte en contra de la Asamblea Westminster:

La relación entre la perspectiva vieja de la justificación y su perspectiva de la depravación es obvio. Sostienen, como hemos visto, que toda facultad de la naturaleza humana es pecaminosa. Así que, un retorno a la santidad personal y presente, en el sentido de una conformidad a toda la ley, no puede ser para ellos una condición de la justificación. Ellos creen en una justificación que admite por lo menos en algún grado la presencia del pecado. Esto se debe ejecutar por medio de la justicia imputada. Pero la mente se rebela contra la idea de un estado de justificación junto con la presencia del pecado. Tal esquema es diseñado para desviar el ojo del pecador, de la ley y el dador de la ley, a su sustituto, quien obedeció perfectamente por él (página 339).

Esto Finney llama “otro evangelio”. Insiste que el relato realista de Pablo en Romanos 7 de la vida Cristiana se refiere a la vida del apóstol antes de experimentar la “santificación completa”. En esto Finney sobrepasa a Wesley en afirmar la posibilidad de alcanzar la santidad completa en esta vida. Juan Wesley enseñaba que era posible que un creyente alcanzara la santificación plena, pero cuando reconoció que aún los Cristianos más santos todavía pecan, acomodó su teología a este hecho sencillo y empírico. Esto lo hizo al decir que la experiencia de la “perfección Cristiana” era un asunto del corazón, y no de hechos. En otras palabras, un Cristiano puede ser perfeccionado en amor, para que el amor sea la única motivación de sus hechos, y todavía equivocarse. Finney rechaza esta perspectiva, e insiste que la justificación es condicionada en la completa y total perfección – es decir, “conformidad a toda la ley de Dios,” y no sólo es el creyente capaz de hacer esto; cuando él o ella transgrede la ley en algún punto, se requiere una nueva justificación.

Como señaló con tanta elocuencia el teólogo de Princeton, B.B. Warfield: existen dos religiones en toda la historia – el paganismo, el cual el Pelagianismo es una expresión, y la redención sobrenatural. Y como Warfield y aquellos que con tanta seriedad advertía a sus hermanos contra los errores de Finney y sus sucesores, nosotros también debemos encarar esta torrente heterodoxa dentro de los grupos evangélicos Americanos. Con sus raíces en los avivamientos de Finney, tal vez algunos “evangélicos” y “liberales” no están tan lejos los unos de los otros. Las “nuevas medidas” de Finney (como el movimiento moderno de iglecrecimiento), ponían en el centro la escogencia humana y las emociones humanas, ridiculizaban la teología, y reponían la predicación de Cristo con la predicación de la conversión.

Es sobre el moralismo humanista de Finney que las cruzadas políticas y sociales se fundamentan, con su fe en la humanidad y la auto-salvación. Casi en términos de los deístas, Finney declaró, 

“No hay nada en la religión más allá de los poderes ordinarios de la naturaleza. Consiste totalmente en el ejercicio correcto de las capacidades normales de la naturaleza. Es esto y nada más. Cuando el hombre llega a ser verdaderamente religioso, no puede hacer otra cosa que no pudiera antes. Ejerce los mismos poderes que tenía antes, en otra forma, los usa para la gloria de Dios”.

Por tanto, ya que el nuevo nacimiento es un fenómeno natural, también lo es un avivamiento: 

“Un avivamiento no es un milagro, ni depende de un milagro de ninguna manera. Es totalmente un resultado filosófico del uso correcto de los medios establecidos – tanto como cualquier otro efecto es producido por otros medios.” 

La creencia que el nuevo nacimiento o un avivamiento depende de la actividad divina es peligrosa. “Ninguna doctrina,” dice Finney, “es más peligrosa para la prosperidad de la Iglesia, y ninguna más absurda” (Avivamiento de Religión [Revivals of Religion], página 4-5). Cuando los líderes de iglecrecimiento enseñan que la teología estorba el crecimiento, e insisten en que no importa lo que cree una iglesia – el crecimiento es un asunto de seguir los principios correctos – ellos muestran su deuda a Finney. Cuando los líderes de la Viña (Vineyard) alaban una práctica sub-cristiano, junto con los ladridos, rugidos, gritos, risas y otro fenómenos raros con base en que “funciona”, uno debe juzgar por los frutos – y podemos ver los frutos, que son seguidores de Finney y el padre del pragmatismo Americano, William James, que declaró que la verdad debe ser juzgada con base en su “valor en términos prácticos.”

Así que, en la teología de Finney, Dios no es soberano; el hombre no es pecador por naturaleza; la muerte sustitutiva de Cristo en realidad no era un verdadero pago por el pecado; la justificación por imputación es un insulto a la razón y moralidad; el nuevo nacimiento es sencillamente el efecto de técnicas exitosas, y un avivamiento es el resultado natural de campañas astutas. En su nueva introducción a la edición bicentenaria de la Teología Sistemática de Finney, Harry Conn nos recomienda el pragmatismo de Finney: “Muchos siervos del Señor deben buscar con diligencia un evangelio que ‘sirve’, y con gozo les diré que lo podrán encontrar en este volumen.” Pero como Whitney R. Cross ha documentado muy cuidadosamente en su libro El Distrito Quemado: Una Historia Social e Intelectual de la Religión Emocional en el oeste de Nueva York, 1800-1850 (Cornell University Press, 1950), el territorio donde se realizaban con más frecuencia los avivamientos de Finney llegó a ser la cuna de las sectas perfeccionistas que plagaron ese siglo. Un evangelio que “sirve” para los perfeccionistas celosos un día sólo crea mañana los super-santos desilusionados y gastados.

No hace falta señalar que el mensaje de Finney es radicalmente diferente de la fe evangélica, tal como lo es la orientación básica de los movimientos hoy que llevan sus huellas: el movimiento de “iglecrecimiento”, el perfeccionismo y emocionalismo pentecostal, el triunfalismo político basado en la idea de una “América Cristiana”, y las tendencias anti-intelectual y anti-doctrinal de los evangélicos y fundamentalistas Americanos. El perfeccionismo de Finney llegó a dominar el naciente movimiento Dispensacionalista a través del movimiento de la “Vida Superior” (Higher Life Movement) por medio de Lewis Sperry Chafer, fundador del Seminario Dallas y autor del libro “El que es espiritual” (He that is spiritual). Por supuesto, Finney no es el único responsable; él es más un producto que productor. Sin embargo la influencia que ejerció y continúa ejerciendo hasta hoy es masiva.

El evangelista Finney no sólo abandonó el principio fundamental de la Reforma (la justificación sólo por la fe), haciéndolo un renegado contra el Cristianismo evangélico; repudió doctrinas tales como el pecado original y la muerte expiatoria de Cristo, doctrinas que han sido abrazadas por Católicos y Protestantes. Por lo tanto, Finney no es sólo Arminiano, sino Pelagiano. No es sólo un enemigo del Protestantismo evangélico, sino del Cristianismo histórico del índole más amplio. No señalo estas cosas con agrado, como uno que se goza en denunciar a los héroes de los evangélicos Americanos. Sin embargo, siempre es sabio, cuando uno ha perdido algo, volver hacia atrás para determinar dónde y cuándo uno lo tenía en su posesión la última vez. Esto ha sido el propósito de este ejercicio, encarar con honestidad el desvío serio del Cristianismo Bíblico que ha ocurrido en los movimientos de avivamientos Americanos. Hasta que enfrentemos este desvío, seguiremos promoviendo un camino distorsionado y peligroso. En una cosa Finney tenía absoluta razón: El Evangelio enseñado por los autores de Westminster que él atacaba, y el Evangelio sostenido por todos los verdaderos evangélicos, es “otro evangelio” comparado con el que proclama Charles Finney. La pregunta candente para nosotros es: ¿Con cuál evangelio estamos identificados nosotros?

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