DESORDEN DE DESHONESTIDAD

Por Dr. Peter Jones

Reforma Siglo XXI, Vol. 13, No. 2

Cuando llegué a los Estados Unidos siendo un ingenuo estudiante europeo en los 60, pensé que había muerto y que me había ido al cielo. ¿La prueba? Los ministros no solamente jugaban al golf de manera gratuita los lunes, sino que muchos compradores que vi en el supermercado local regresaban el cambio extra en el mostrador donde se registraban los precios.

¡Nadie hacía eso en Europa! En ese tiempo, buena parte de la sociedad estadounidense parecía estar profundamente influenciada por la moralidad cristiana —incluso Hollywood en sus programas de televisión y en su publicidad de “valores familiares.” En cuarenta años se ha llevado a cabo una revolución. Ya dejé de contar los casos de maestros (a menudo mujeres) acusados de involucrarse en relaciones sexuales con sus estudiantes adolescentes. Un sitio de noticias generales reportó en el mismo día tres incidentes de parejas copulando en público,

¡a plena vista de los niños! Aunque nuestros políticos prometen esperanza, cambio y mejores días por venir, cualquier base moral para esos días mejores parece estar tremendamente comprometida. Tal estado tan lamentable de las cosas no puede verse mejor que en el tema de decir la verdad.

Hace algunas semanas, las noticias del escándalo de unas escuelas públicas en Atlanta llegaron a la prensa. Ciento setenta y cinco maestros y directores de las escuelas públicas, de más del setenta y cinco por ciento de las escuelas de la ciudad fueron hallados culpables de cometer fraude en las pruebas estandarizadas del estado desde 2001 hasta 2009. Incluso celebraron “fiestas” relacionadas con el fraude para alterar de manera colectiva los puntos obtenidos en las pruebas de sus estudiantes. El fraude se había propagado tanto y de manera tan efectiva que entre 2002 y 2009 los estudiantes de octavo año del distrito parecían tener el mayor mejoramiento global en el área de lectura, ¡en toda la nación! La Superintendente, Beverly Hall, una lumbrera del éxito educacional, había sido acusada de destruir documentos que evidenciaban el fraude ampliamente diseminado y sistemático en las pruebas estandarizadas en las escuelas públicas de Atlanta. Para hacer que sus propias hojas de vida se vieran bien, tales educadores engañaron vilmente al público, a los padres, y en última instancia, a los mismos estudiantes, negándoles a los chicos una verdadera educación.

La semana pasada una encuesta nacional de estudiantes de secundaria descubrió que el noventa y cinco por ciento admitía abiertamente que cometían fraude en el trabajo escolar. Muchos consideraban que no era algo de gran importancia.

Es obvio que este no es un problema nuevo. Hace tres mil años David clamó: “Salva, oh Jehová, porque se acabaron los piadosos;… Habla mentira cada uno con su prójimo; Hablan con labios lisonjeros, y con doblez de corazón” (Salmo 12:1–2).

La mayoría de nosotros ha cometido fraude en algo, pequeño o grande, sin embargo, ahora el problema es de proporciones epidémicas porque nuestra cultura se ha desencadenado deliberadamente de las normas bíblicas con respecto a la moralidad y se ha tragado la mentira de que la verdad es poder y que podemos escoger nuestra verdad para nuestra propia ventaja personal.

El fraude es una señal práctica de cuán profundamente el Unismo pagano ha penetrado la cultura dominante en tan sólo una o dos generaciones. Si no hay una realidad Dosista última que distingue entre la honestidad y el engaño, entre la verdad y la mentira, entonces la solución pagana para la vida, la así llamada “unión de los opuestos,” llega a ser lo normal. Como cultura, nos sentimos cómodos mezclando el bien y el mal para nuestra propia conveniencia.

Las narraciones paganas antiguas de la creación perciben el cosmos como emergiendo de un caos original de dioses  en guerra unos con otros, tanto buenos como malos. En el mito babilónico de “Enuma Elish” (siglo dieciocho a.C.) es la victoria de Marduk, dios de la tormenta, sobre Tiamat, el dragón del mar, lo que establece la creación. De hecho, estos mitos son una proyección Unista sobre la realidad, pues siempre y por todas partes en la espiritualidad pagana, la meta del Unismo es eliminar las distinciones por la conjunción de lo bueno y lo malo, en la mística experiencia de la conjunctio oppositorum (la unión de los opuestos). La raza humana comparte la esencia divina expresada en los mitos fundamentales. Dado que la unión del bien y el mal produjo que la realidad llegara a existir, la manipulación humana del bien y el mal producirá la utopía terrenal final. Es más, esta relativización del bien y el mal convierte el verdadero caos de una conciencia objetivamente atribulada en un estado Unista virtual de “felicidad absoluta sin culpa.”

No sucede así en el Génesis. La creación es el resultado de Dios hablando Su propia buena voluntad, no obligado por ningún poder externo, con cosas cuidadosamente distinguidas, cada una según su género y luego calificando los resultados de Su obra como “buenos.” El mal no tiene parte alguna en Su actividad creadora. El bien no es la combinación de lo bueno y lo malo y no hay ninguna integración “espiritual” del bien y el mal para eliminar todas las distinciones culturales, sexuales y teológicas. La mentira de Satanás es precisamente la de sugerir que el mal es una parte integral de la realidad que ha de manipularse para el propio bien de uno. En la Escritura el mal es un intruso misterioso que debe ser derrotado y que efectivamente lo es. La utopía de la nueva creación preserva la “diferencia en la unidad,” como resultado de un trato divino genuino del mal en la cruz de Cristo, produciendo una reconciliación verdadera y objetiva entre Dios y las criaturas, siendo aún cada una según su género. Dios sigue siendo Dios y nosotros los seres humanos seguimos siendo criaturas, pero ahora podemos ser perdonados y transformados, en cuyas bocas, por Su gracia, “no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios” (Apocalipsis 14:5).

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