DECLARACIÓN DE NITEROI SOBRE LA ADORACIÓN

Reforma Siglo XXI, Vol. 5, No. 2

«Venid, adoremos y postémonos; arrodillémonos

 delante de Jehová nuestro hacedor». 

Salmo 95:6

(Ofrecemos esta Declaración como aporte al diálogo sobre la liturgia en nuestros tiempos)

CONGRESO LATINOAMERICANO DE ADORACIÓN

PRIMERA IGLESIA BAUTISTA DE NITEROI, RJ; BRASIL

15 al 18 de marzo de 2000

Nosotros, seguidores del Señor Jesucristo, llamados bautistas, procedentes de varios países, reunidos en Niterói, Río de Janeiro, República del Brasil, del 15 al 18 de marzo del año 2000, somos auspiciados por la Unión Bautista Latinoamericana (UBLA), con el apoyo de la Alianza Bautista Mundial (ABM), vinimos a presentar la siguiente declaración, portadora de nuestras convicciones sobre la naturaleza e importancia de la adoración, de las realidades que percibimos de acuerdo con lo que hacemos como pueblo bautista de América Latina.

Nuestras convicciones:

A semejanza de nuestros hermanos y hermanas reunidos en el Congreso Mundial de Adoración en Berlín, Alemania, del 15 al 18 de octubre de 1998, afirmamos nuestra fe de un Dios Trino y en las verdades expresas en el Credo de los Apóstoles. Al mismo tiempo, consideramos importante reafirmar los aspectos fundamentales de nuestra fe.

Creemos en un Dios creador del universo que se reveló a través de su Palabra y en el Señor Jesucristo, que permanece activo en el mundo, la Iglesia y los seres humanos. Por su Espíritu, él es el único digno de ser adorado, por su poder, su santidad y grandeza de su obra creadora, su providencia y su obra redentora a favor del ser humano. Dios está formando un pueblo que reconozca agradecido su grandeza y santidad, que le honre con su vida y palabra.

Creemos en el Señor Jesucristo, quien tomó la forma humana para revelarnos su amor y el propósito salvador de Dios, y enseñarnos que la verdadera adoración consiste en la obediencia de una vida consagrada a una misión de servicio, antes de la muerte. Por su obra, en la cruz, podemos llegar al Dios eterno como Padre y así reconocernos como hermanos, formando un nuevo pueblo, cuya comunión traspase toda clase de barreras y cuya adoración se hace a Dios en el nombre del Señor Jesucristo.

Creemos en el Espíritu Santo que opera en nosotros para que conozcamos a Dios y le amemos, para que todos crezcamos como pueblo siguiendo un modelo de nueva humanidad en Cristo. El Espíritu Santo renueva constantemente a la Iglesia y la impulsa al cumplimiento de su misión. Esa misión siempre comienza en el acto de adoración a partir del cual somos enviados al mundo.

Creemos que el ser humano fue creado para amar a Dios con todo su ser. Corrompido por el pecado, pasó a amar y a adorar como una criatura nacida del Creador. Redimidos por el Señor Jesucristo como ser humano anhela por una plena adoración, individual y corporativa, entregando todas sus facultades intelectuales, emotivas, volitivas, de discernimiento moral, corporal y social de la persona, conforme a las Escrituras.

Para cumplir su misión de proclamación, servicio, compañerismo y adoración la Iglesia es continuamente renovada y capacitada por el Espíritu Santo. De esta manera, de una cultura hacia otra, de cómo vivir en tiempos históricos diferentes, la misión de la Iglesia en su adoración va tomando formas diferentes. Así es que el tesoro del evangelio no cambia, como van cambiando los vasos de barro.

Como bautistas, tenemos como principios y convicciones fundamentales el sacerdocio universal de los creyentes, centralizado en la Palabra de Dios y en la vida de la Iglesia y el llamado a la santidad de una plenitud de vida en obediencia a las Escrituras. Por lo tanto, un cambio de formas culturales e históricas de esos principios de adoración de la Iglesia, atentan contra esas condiciones fundamentales de nuestra fe.

Una realidad de nuestras preocupaciones:

Estamos conscientes de la situación que viven algunas de nuestras iglesias y las convicciones para las cuales una adoración también ha sido forma de debate, razón de conflictos y causas de lamentables divisiones. Como bautistas latinoamericanos, herederos de una rica tradición litúrgica, estamos por enfrentar cambios en una nueva época, caracterizados entre otros, por diferentes formas de religiosidad y expresiones nuevas de espiritualidad y de culto. En este nuevo contexto cultural y religioso nos preguntamos con sinceridad delante del Señor: ¿Qué significa «adorarlo en espíritu y en verdad»? Por otro lado nos preocupa la decadencia moral, la pérdida de valores y la crisis social y política de nuestro continente. En vista de la creciente pobreza de nuestros pueblos y de las terribles situaciones de injusticia, violencia y marginalización, debemos preguntarnos también qué relación existe entre la adoración a Dios y una preocupación social; entre adorar al Creador y servir a sus criaturas hechas a su imagen y semejanza; entre adoración y compromiso integral como lo es su reino de paz y justicia.

Hay gran diversidad de expresiones de nuestra fe común y de adoración en nuestras iglesias como pudimos verificar en los modelos de los cultos ofrecidos en el Congreso. Esa diversidad de deriva de los dones, talentos, temperamentos, personalidad y culturas. Además, una diversidad de formas no debe comprometer la unidad de nuestra fe.

Entre tanto nos preocupa:

Una transformación, con mucha frecuencia, del culto en espectáculo y exhibición de belleza musical o de talento retórico, como objetivo principal.

Por un lado la «clericalización» del culto, con sus principales funciones siendo ejercidas por «ministros», o por otros con excesivas informalidades, improvisación, falta de armonía y desarticulación entre las partes del culto.

Una hipertrofia de los llamados «momentos de alabanza» en los cultos en detrimento de la ministración de la Palabra que orienta, alimenta, santifica, que conduce a una fe y una vida de compromiso con Dios.

Una centralización del culto en la persona humana, que parece una diversión, cambiando el énfasis de la ética por la estética, de ser santo para ser feliz y realizado como persona.

Una mentalidad competitiva o de conflicto en cuanto a unas formas o modelos de culto de adoración con perjuicio para la unidad de la Iglesia de Señor Jesucristo.

Un tratamiento inadecuado de las ordenanzas del bautismo y de la Cena del Señor, como apéndice del culto y no como parte esencial de él, portadores de esas grandes verdades de la fe cristiana.

Una ausencia del mensaje de Cristo crucificado, en el púlpito, que no enseña al cristiano, que no disciplina y que no ofrece vida cristiana.

Una mentalidad consumista presente en nuestras iglesias, en detrimento de los valores inestimables de nuestra fe.

Nosotros reclamamos, como líderes del pueblo de Dios en nuestras iglesias:

Que haya de parte de nuestros líderes, pastores y personas involucradas en el ministerio de la música una búsqueda constante de la verdadera adoración cristiana.

Que haya un reconocimiento del culto a Dios como una experiencia vital de todo el pueblo de Dios que tiene que enfrentar a un mundo en el que tiene que cumplir su misión reconciliadora. Ningún otro propósito debe tener el culto.

Que haya equilibro entre todos los elementos constitutivos del culto cristiano, proclamando la Palabra de Dios como privilegio esencial.

Que el culto en nuestras iglesias se realice centrado en Dios, en su gloria y no en ningún ser humano. Tenemos que buscar la excelencia del culto y la integridad de nuestras vidas.

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