Por Mario Cely Q.
Reforma Siglo XXI, Vol. 10, No. 1
Si miramos el pasado histórico, la participación en política de la iglesia cristiana evangélica en América Latina ha sido más bien nula. Lo ha sido igual porque también hemos carecido de la capacidad de criticar eficazmente a nuestros propios gobiernos que muchas veces legislan amparando el mal y la injusticia aún contra los intereses de la propia iglesia. Uno de los grandes problemas consistió en que, casi por naturaleza, los evangélicos latinoamericanos no desearon saber nada al respecto. Desde un comienzo se reafirmó una antítesis total entre fe y política. Se ha venido creyendo que participar u ocuparnos de temas sobre política, es algo vacío y sin importancia. Es más, en ciertos instantes se ha creído que es algo pecaminoso.
Los pastores y líderes latinoamericanos casi siempre han supuesto que la única ocupación de la iglesia consiste en la difusión del mensaje espiritual del evangelio sin tocar para nada el orden social en que la iglesia se haya inmersa. Creo que de aquí arrancó el error, porque nunca se atinó a ver que precisamente las Sagradas Escrituras, –sin que este sea su tema preponderante–, tratan con el tema político dentro de las fronteras del antiguo Israel. La monarquía hebrea fue una teocracia con una organización política dada por el mismo Dios a su pueblo. Ahora bien, desde un punto de vista bíblico, no podemos negar que un buen sistema político integrado por hombres justos, es el instrumento propicio para el desarrollo de la solidaridad, la responsabilidad, la justicia y la fraternidad dentro de una nación.
El libro de Proverbios sentencia: “Cuando los justos dominan, (gobiernan) el pueblo se alegra; más cuando domina (gobierna) el impío, el pueblo gime” (29:2). Pero desgraciadamente, hoy se continúa en lo mismo. Y tal vez con mayor peligro por la improvisación, falta de liderazgo y experiencia política; y sumemos a esto la falta de una adecuada preparación bíblica y teológica de por parte de los participantes.
Como cristiano-evangélico que sigo en las huellas de la tradición teológica de la Reforma del siglo XVI, me pregunto si la actual participación de los evangélicos en la política será algo bueno o malo. Si será algo que promoverá el honor y la gloria del Dios que se nos revela en la Biblia, tal como ocurrió en las épocas cuando la Europa política fue moldeada por el influjo del evangelio de Cristo.
Puedo apreciar, sin asombro, pero sí con mucha reserva, el notable cambio que desde hace algunos años ha venido presentando la iglesia evangélica. Sobre todo en su vertiente pentecostal y carismática –la mayoría dentro del protestantismo popular criollo— aun cuando varios candidatos están recibiendo apoyo o participación indirecta de pastores pertenecientes a las denominadas misiones históricas.
¿La política, arte del diablo o propósito de Dios?
Lo primero era lo que afirmaban muchos pastores desde los púlpitos y en conversaciones ordinarias. Era una convicción que rayaba entre el fanatismo y la torpeza. La política realmente fue satanizada, aborrecida y estimada como un instrumento del diablo que militaba en contra de la interpretación corriente de la Biblia y del orden de las denominaciones evangélicas en Colombia. Pero, en estos tiempos de la segunda ola, hoy, el péndulo ha ido al otro lado. ¿A cual? La pregunta pareciera no ser obvia.
Como vemos, la iglesia evangélica ha dado un segundo giro de ciento ochenta grados al pasar de la hasta hace poco postura de la satanización de la política a la instrumentalización de la misma. En las presentes circunstancias en que se halla la iglesia evangélica, esto es, en cuanto al orden moral, espiritual y teológico, no se puede negar que de parte de algunos pastores existe unos objetivos bien demarcados: alcanzar el poder para una mayor influencia social y religiosa. Sin embargo, aquí de entrada, podemos preguntarnos sobre el por qué y el para qué. Si se dice que se quiere buscar el honor o la gloria de Dios, lo cual como decía Juan Calvino, se trata del primer elemento de la justicia, este sería el mejor propósito, estamos hablando, de hecho, del fin más noble y loable que un sector de la iglesia pudiera conseguir.
Objetivos poco claros
Sin embargo, lo extraño y lo que lamentablemente estamos presenciando, es que se trata de entusiasmos poco claros y convincentes a la hora de definir lo que se quiere hacer dentro del difícil ámbito del ejercicio de la administración política del Estado y la nación. Cualquier persona medianamente instruida, puede pensar que, el deseo de llegar al poder de parte de algunos creyentes, se trataría de nuevas ambiciones y afán protagónico. ¿Objetivos? ¿El poder y la consecución de un mejor perfil de vida monetaria al escalar la difícil pirámide de la vida social colombiana por medio de padrinos políticos? En el fondo, todo esto podría resultar algo difícil de entender en aquellos que han sido llamados por Dios a una tarea ministerial bien diferente pero que puede ser paralela al propósito de servir a Dios en el terreno de la esfera pública.
De hecho, sí que se necesitan hombres honestos, justos y bien equilibrados en todos los puestos del poder público o político. Y esto lo podría desarrollar los cristianos realmente consagrados al Señor, aquellos que buscan el honor del Señor, la justicia, la honestidad y la verdad, atributos que más bien han sido puestos en segundo lugar por aquel tipo de cristiano que en algún instante ha ostentado el poder político. Con razón dijo Cristo, “si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis al reino de los cielos”. Los creyentes que lleguen a los puestos públicos (y cada creyente individual con ellos) están llamados a demostrar que son los mejores seres humanos, los mejores administradores de justicia de este país en cualquier oficina o lugar de trabajo donde el Dios de los cielos les conceda habitar. Pero…
La “segunda ola” de incursión en la política: aprendiendo de las lecciones pasadas
Es de suponer, que los creyentes evangélicos que aspiran a los cargos públicos del Estado en las próximas elecciones de octubre de 2007, saben qué es lo que van a hacer y cómo han de servir allí a Dios a manera de misión, compromiso y buen testimonio. Anhelamos que sean como el profeta Daniel en Babilonia, o una especie de Nehemías en la corte persa. Y por supuesto, ¡claro que sí! Nuestras oraciones deben estar a favor de ellos. Pero lo triste de este nuevo episodio es que, al igual que a comienzos de los 90’s los evangélicos que alcanzaron importantes logros en su momento, vieron cómo al poco tiempo “todo el gozo quedó en un pozo”. Creo que en el pasado tuvimos grandes lecciones amargas las cuales, al parecer, hoy todavía no hemos aprendido bien. ¿Estamos reconstruyendo sobre lo vivido, sobre lo experimentado, sobre los que nos hizo dividir y sufrir? A mi modo de ver, hay algunas y grandes deficiencias que son precisos subsanar:
1. Nuestros políticos cristianos no conocen la Palabra de Dios en profundidad
Escasea el gran beneficio de la lectura –y práctica— de la Palabra de Dios en varios de nuestros políticos evangélicos. Muchos de ellos no son políticos de El Libro. Esto produce pobreza en la espiritualidad y habilidad política de quien tiene que pensar y actuar con tacto y servir con devoción a Dios y a los hombres de su respectivo país. En el libro del Deuteronomio Dios encargó por medio de Moisés que quien se sentara a gobernar al pueblo de Israel debía guiarse por el libro de la ley de Dios, “y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra; para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos, ni se aparte del mandamiento ni a diestra ni a siniestra…” (Dt. 17:18-20).
Las implicaciones teológicas de esta parte de la Escritura del Antiguo Testamento son de gran importancia. Sin extendernos demasiado en este punto, sólo diremos que toda y verdadera acción política siempre posee una connotación teológica y espiritual. O si lo queremos de esto modo, toda decisión u obediencia y cumplimiento de la ley dentro de causes políticos tiene connotación religiosa. Todo lo que realice un político en nombre de la Constitución política o cualquier código legal de su respectivo país, por naturaleza está ligado a la autoridad de Dios. Debido a que la política trata siempre con códigos, reglas, normas y leyes, es fácil presuponer por qué el Señor quería que en Israel el rey leyera y pusiera en práctica su Palabra. Hoy sigue siendo lo mismo, en la Biblia, esta enseñanza no ha cambiado.
Si nuestros políticos cristianos van a alcanzar el éxito según Dios, deben dar tiempo al estudio y meditación de la Palabra de Dios y la teología ética y política. Especialmente todos aquellos asuntos que tratan con su campo de acción.
2. Nuestros políticos cristianos no conocen la teología ética y política en profundidad
En Europa, desde el siglo XVI, Juan Calvino implícitamente puso las bases de la Teología Ética y Política. El creyente que aspira a servir a Dios por medio del trabajo político necesita conocer a profundidad el pensamiento social y político de Juan Calvino. (Por lo menos de este reformador y de otros estudios posteriores subyacentes). Comience leyendo el amable lector el capítulo XX de Institución de la Religión Cristiana. Si no ha leído por lo menos estos pasajes, está muy lejos de la comprensión adecuada de lo que aquí significo por Teología Política. Por supuesto, damos por sentado la buena preparación en el campo moral y espiritual que envuelve todo el corazón y el amor a Dios.
Sin embargo, esto es lo preocupante y tenso; varios cristianos de diversa denominación evangélica que quieren ser elegidos a cargos públicos, aún no saben cómo servir a Dios allí. Siempre están rodeados del peligro de servir a sus propios vientres o a los vientres de otros más experimentados en la vida política. No se les ve suficiente preparación, lo que equivale a decir, carecen de formación política. Esto esta evidenciado por la carencia de un discurso serio con pensamientos llamativos desde el punto de vista de una bien documentada plataforma ideológica y una poderosa cosmovisión con base en la Palabra de Dios y la teología cristiana. Este es un hecho grave aparte de la típica desunión y pecado de los cristianos contra la unidad del cuerpo de Cristo. “Porque por un sólo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo…” (1 Cor. 12:13). En Babilonia, el profeta Daniel tenía algo más que ayunos y oraciones. Y su discurso nunca fue prometer dar casas y becas para que el profeta Ezequiel las repartiera entre algunos judíos exilados y rebeldes que estaban a la orilla del río Quebar. Desde las ventajas que ofrece el poder, escenificado por su morada en el palacio en medio de la corte real de Nabucodonosor, tampoco prometió Daniel a sus hermanos en la fe, darles ladrillo y cemento para construir hermosas y grandes sinagogas (las que hoy llamamos iglesias), sin embargo, el Templo era la excepción. Muy por el contrario, la obra del profeta Daniel y la de sus compañeros en Babilonia consistió fundamentalmente en exaltar la gloria, majestad y soberanía del Dios de los cielos, aun cuando para ello significara comer sólo legumbres o ser arrojado al horno de fuego o al foso de los leones hambrientos. Hubo algo que aquí hizo la gran diferencia que nuestros políticos cristianos requieren también hacer: temer a Dios y honrarle en toda forma de trabajo social y político. Esto equivale a decir, exaltar la justicia de Dios entre los hombres. Esto produce las buenas obras y el buen testimonio.
Y Cristo dijo que esto era necesario hacer esto sin dejar de hacer lo otro. Lo cual, pone de manifiesto la necesidad e importancia espiritual y académica para evitar la mediocridad característica de muchos de los que han pretendido servir a Dios y servir al dinero al mismo tiempo. Estimados amigos, llegar a la palestra pública bajo el manto de la investidura del hombre que conoce al Dios de los cielos, es un ministerio muy sagrado del cual depende el futuro de Colombia y la gloria no manchada del eterno Dios.
Quede claro que mis palabras no buscan humillar a nadie, tampoco generar vergüenza. Por el contrario, quiero animar y estimular a quien se vea aguijoneado por mi artículo a que trate de comprender lo que aquí quiero decir. Bien dijo Wiston Churchill: “La democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás”. Si esto fue dicho en el terreno político, ¿cuántas cosas mucho más profundas no nos dice la Palabra de Dios?
3. ¿Falta de sinceridad y experiencia práctica con Dios?
Como latinos, hemos heredado algunos males culturales que reproducimos a diario. Es algo producto del pecado y de las malas costumbres de nuestro pueblo: la búsqueda del sentido o significado de la vida por medio del dinero fácil y la falta de organización. Como cristianos, aún no hemos sabido desprendernos de aquel idealismo latino el cual cree que los grandes avances de la humanidad o de las grandes culturas ha sido un hecho más de suerte que de esfuerzo planificado; o visto de otro modo, que la casualidad del destino es algo más fuerte que el propio esfuerzo humano. El latino puede aún no ver importancia en la fuerza del brazo que con cincel de hierro extrae de la tosca roca una gran escultura.
De esta forma, en las toldas evangélicas, el verdadero idealismo consistiría entonces en un gran compromiso con Dios y su reino, hasta ver cambiada la faz de Colombia, un país que se desarrolla en todos sus frentes por el efecto moralizador y transformador del evangelio de Cristo. Sin embargo, las cosas no están sucediendo de este modo. A diario, el evangélico que incursiona en la vida política del país, con frecuencia, también se debilita ante los efectos tentadores del poder y del dinero abundante. Hechos por los cuales le conducen de forma fácil a las fauces de la vanagloria. En muchos se origina una necesidad de reconocimiento psicológico, social y religioso, el cual es buscado con afán entre las grandes y pequeñas masas de las iglesias evangélicas y de la sociedad misma, a las que también puede recurrir con manipulación para la obtención de la intención del voto. En épocas pre-electorales, desde el púlpito, el mensaje pasa muy pronto del afán proselitista inmerso en la teología de la prosperidad a una indebida politización del evangelio.
Para que esto no ocurra, estoy convencido de la importancia que hace falta a nuestros candidatos de estar en posesión de un adecuado discernimiento entre la teología cristiana y la historia de la filosofía histórico-política y económica. Ha existido un error recurrente de parte de nuestros candidatos cristiano-evangélicos al desestimar la preparación teórica en estas disciplinas, las cuales no anulan, sino que presuponen la buena preparación espiritual y moral. Pero, aquí viene una pregunta vital: ¿nuestros candidatos conocen en realidad y por la obra de la regeneración del Santo Espíritu al eterno Dios cuya autoridad soberana rige el cielo y la tierra? Dicho de forma más sencilla, ¿conocen a Dios, o son conocidos por Él? Si esta perspectiva es seguida, la academia bíblica sale ganando. Y los elogios serán para el Señor cuando el político cristiano vive en la justicia y hace correctamente las cosas. Sólo así se asegura el buen destino de un pueblo.
No obstante, no debemos apartarnos de que en ocasiones Dios, por su gracia misericordiosa, sabe emplear instrumentos que él mismo prepara, hombres ordinarios para días extraordinarios. Pero, ya que por ahora no los vemos, si continuamos por el camino de la ingenuidad y de las solas buenas intenciones, la segunda ola del actual movimiento político de evangélicos, como tal, de nuevo está condenado al fracaso.
4. Desconocimiento del mandato cultural de Génesis 1:28 y su implicación social y política
¿Qué es Teología Política? Si vamos a ser bíblicos, debemos decir que es la enseñanza bíblica y teológica por medio de la cual todo hombre público necesita saber qué espera y qué quiere Dios que haga por medio de su gestión política administrativa. Visto de otro modo, el dirigente político en particular, es la persona más necesitada de Dios y del evangelio, por no decir de toda la estructura que encierra la cosmovisión cristiana. Visto desde otro ángulo, es nada menos que aprender a desarrollar el mandato cultural de Génesis 1:28, el cual Dios instauró desde el comienzo de la humanidad para que los hombres llamados por el Creador a exhibir tan alta investidura, le sirvan y le obedezcan con temor y reverencia. Aquí desde luego, estamos tratando con el orden creacional del Estado civil puesto en ejecución desde los mismos albores de la creación de la primera pareja humana y de las primeras sociedades establecidas en Mesopotamia. De hecho, lo que Dios quiere es que el político u hombre público responsable desarrolle y forje la vida cultural y social de los pueblos. No saber para qué Dios llama a algunos a servirle en la esfera civil y social, es la más grande desgracia que le pueda acontecer a un pueblo. Porque en el actual estado del pecado e ignorancia de Dios en que vive el pueblo colombiano, quienes ignoran esta alta vocación de servicio a Dios y a los hombres, habrán de producir siempre la injusticia, fruto de la ambición por el dinero y abuso del poder (Romanos 13:1-5).
¿Cuándo podremos estar libres los colombianos de estas dos formas de pecado individual y colectivo?
Aquí cabe que recordemos las solemnes palabras de Agustín de Hipona acerca del Estado político y de los que están al frente del poder, sobre todo cuando no existe el buen gobierno auspiciado por hombres temerosos de Dios:
Si de los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten sino en bandas de criminales a gran escala? Y esas bandas ¿qué son sino reinos en pequeño? Son un grupo de hombres, se rigen por un jefe, se comprometen en pacto mutuo, reparten el botín según la ley por ellos aceptada. Supongamos que a esta cuadrilla se le van sumando nuevos grupos de bandidos y llega a crecer hasta ocupar posiciones, establecer cuarteles, tomar ciudades y someter pueblos. Abiertamente se autodenominan entonces reino, título que a todas luces les confiere no la ambición depuesta, sino la impunidad lograda. Con toda profundidad le respondió al célebre Alejandro un pirata caído prisionero, cuando el rey en persona le preguntó: ¿qué te parece tener el mar sometido a pillaje? Lo mismo que a ti, le respondió, el tener al mundo entero. Solamente que a mí, que trabajo en una ruin galera, me llaman bandido, y a ti, por hacerlo con toda una flota, te llaman emperador.
Todo movimiento histórico, ya sea de orden socio-político o religioso es, en el fondo, una sucesión de cambios internos y de reflexiones propias provenientes del espíritu del hombre. La contemplación de la naturaleza y los diversos fenómenos producidos por el constante flujo de la historia influyen de forma definitiva en la vida y actividad presente de los seres humanos para bien o para mal. El hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios no está pensando y caminando sobre esta tierra en un estado neutro. Siempre está activo, tiene objetivos y propósitos todos los días. Es como dijo el sabio Salomón: “nunca se sacia el ojo de ver ni el oído de oír”. Los grandes cambios sociales y culturales, en sí mismos obedecen a procesos de diversos intereses y motivaciones internas las cuales, en el fondo, determinan nuevas actitudes, nuevos pensamientos y por lo tanto, nuevas virtudes o nuevos vicios.